Sinceramente no importa que se acabe el año porque al minuto empieza uno nuevo, y si bien cambia el último número (7 x 6) es la continuidad la que hace al vino; igual que a nosotros.

Obviamente no me refiero a la cosecha que se avecina, sino a todos esos vinos que nacieron en este 2016 y que aún no han salido a la luz. Porque como se sabe, los del año suelen ser los blancos y tintos jóvenes, y los rosados.

Pero el 2016 quedará marcado como un año “extraordinario”, porque ha sido fuera de lo común. Todos los vinos resultaron más livianos, en alcohol y en cuerpo, y por consiguiente más frescos. Todo esto los hizo más fluidos que los de costumbre. Pero ¿a esto se refería Miguel Brascó cuando hablaba hace algunos años de “drinkable?. Estoy seguro que no.

Porque los primeros vinos que llegaron para impactar al mundo, y que tanto criticaba Miguel, eran concentrados por demás. Cargados, sobre maduros y con mucho peso en boca. Al principio la justificación de muchos enólogos fue el potencial de guarda. Pero con el paso de los años eso quedó al desnudo, en la mayoría de los casos. Lo que pasó simplemente fue que había que salir a conquistar el mundo al mismo tiempo que había que aprender cómo se hacían esos vinos. Comparándolos con sus antecesores, más fluidos y de taninos amables, había un abismo. Y eso era lo que Miguel extrañaba en su paladar, por eso siempre solía refugiarse en los vinos de López o de Finca La Anita, siempre fieles a sus estilos.

Pero antes que la naturaleza hable en 2016, muchos enólogos comenzaron a elaborar vinos más livianos, más frescos, más verticales (por su paso rápido y vivaz), con la textura en primera plana y sin preocuparse tanto por el final de boca, las aristas o la profundidad del vino. El desafío era despegarse de esos vinos que de importante solo tenían sus pretensiones.

Y en seguida se multiplicaron las novedades, una más desafiante que la otra. Zonas, alturas, variedades, vinificación, tipos de crianza, todo para concebir vinos al nuevo estilo, siempre en busca de una nueva personalidad y que refleje el lugar más allá de la uva. Así desde 2013 aproximadamente.

Los sommeliers se volvieron locos porque por fin tenían vinos “más gastronómicos”, aunque estimo que en realidad sólo se referían al peso, la fluidez y la frescura de los vinos, ya que sus aromas y sabores solían ser bastante jugados, al menos para los comensales más frecuentes.

Al mismo tiempo, en las redes sociales muchos empezaron a ponderar esos nuevos vinos que se “toman como agua o de a litros”.

El día que un vino se tome como agua, yo renuncio. Porque el agua se toma para sacar la sed, sin ninguna otra expectativa.

En cambio el vino se toma para sentir, y si se quiere prestar atención se puede vivir una experiencia a cada trago. Todos sabemos que el pacer no está en la cantidad pero sí que la calidad influye y mucho. Aunque también hay un techo para poder percibir esas sutilezas que marcan las diferencias. Mucho hay que practicar para poder apreciarlas, más allá de cuánto se pueda por una botella.

Y acá aprovecho para recrear una frase publicada en Twitter por @elJosdelaGente, “lo que tiene precio se compra, lo que tiene valor se conquista”.

Al gran vino se lo podrá comprar pero el verdadero desafío es conquistarlo. El secreto es querer para poder hacerlo. Y ahí surgirán esas pequeñas cosas que marcan las grandes diferencias entre unos vinos y otros. Se podrán apreciar al respirarlo o a su paso por boca. Indispensable será el equilibrio del vino para poder apreciar todas sus capas, que se haga sentir sin pesar, pero que se haga sentir más allá de sus frescuras y texturas. Así son los vinos “drinkables”, los que más se sienten, se disfrutan y se recuerdan. Porque si no hay recordación, no hay emoción.

Y así como aquellos vinos corpulentos se parecían tanto que Miguel los llamaba “fotocopias”, cuidado que a muchos de estos nuevos vinos livianos les pasa lo mismo. Habrá que estar atentos cuando aparezcan los 2016 que faltan. La compulsa está planteada, solo habrá que esperar y probar para entender cómo serán los grandes vinos argentinos que vienen.

Y claro que un vino muy bebible también puede ser disfrutado, pero es imposible ser gran vino y piletero al mismo tiempo; ni siquiera en verano.

Sobre El Autor

Hace 22 años degusté un vino por primera vez y supe que querría hacer de mi vida profesional. Compartir mi pasión; por eso me dediqué a comunicar el vino. Más de 30.000 vinos degustados y 20.000 publicados, más de 100 revistas editadas y miles de notas. Siete años en TV, cuatro en radio y seis en la web. Más de 20 exposiciones de vino organizadas y más de 30 concursos internacionales como jurado, además de muchos viajes a zonas vitivinícolas del mundo. Todo esto, simplemente me ayuda a conocer más, para poder compartirlo mejor.