Hace unos días, un reconocido (aunque joven) enólogo argentino que suele viajar mucho, hizo el siguiente posteo en Twitter: “El descorche más económico del mundo… “. Adjuntando una foto en la que mostraba un gran Chardonnay americano y la cuenta de un restaurante fashion-fusión de Miami. En ella se ve claramente además de los platos, qué disfrutó el amigo enólogo y el costo del descorche, a sólo 3 US$.

Quizás sea este el camino para convencer a los comensales locales de beber a la altura de la calidad de lo que comen cuando van a restaurantes.

Actualmente, los sitios gourmet más concurridos ofrecen entradas que cuestan entre $100 y $200, principales entre $200 y $400 y postres de $200, aproximadamente. Es decir que para comer bien en esos lugares hay que invertir más de $1000 por persona. Esto significa que una pareja va a gastar $2000 sólo en comer. Y para que el vino esté a la altura de las circunstancias debería ser una botella de $800/$1000, teniendo en cuenta el markup general de los establecimientos gastronómicos. Pero en la mayoría de los restaurantes, los vinos más vendidos son los de gama media y que rondan en carta entre $200 y $300. Y no solo eso, sino que son los mismos ofertados a menudo en los grandes supermercados.

A esta altura del partido, esto no puede ser ignorancia por parte de los consumidores ya que supuestamente el mercado evolucionó al ritmo de sus exigencias. Pero sí es una clara muestra que el comensal aún no confía en el valor de los vinos. Le cuesta más pagar por un vino que por un plato de comida, más allá que un gran vino no necesite ser acompañado mientras que una gran comida (claramente) sí.

Esta falta de confianza por parte de los consumidores es el gran dilema no resuelto de la industria vitivinícola, y se la resuelve comunicando, pero también haciendo acciones que acerquen el vino a la gente. Las ferias son un camino, pero el público que mueven es siempre el mismo; mayoría de profesionales y estudiantes, y solo un puñado de consumidores interesados en la materia. Algo similar ocurre con las degustaciones en vinotecas. Y la mayoría silenciosa sigue quedando al margen de dichas acciones promocionales. O al menos eso es lo que muestra la última década.

Es hora de probar llevando el buen vino a la mesa, sin ofertarlos sino más bien valorándolos como se debe. El comensal que se sienta en un restaurante a que lo atiendan se relaja y se predispone de la mejor manera. Allí es donde el vino más y mejor se puede lucir, por eso cuesta más que en una vinoteca.

Entonces, si está el escenario, y tiene las luces puestas, y la música sonando, por qué no convocar al protagonista.

Las bodegas suelen juntarse para muchas cosas e invertir para promover el consumo de vino de manera inteligente y moderada. Ahora deberían aunar esfuerzos para “obligar” a sus mejores clientes (los restaurantes) a tener “descorche”. Pero no solo eso, sino también a promoverlo, ya que según la web muchos tienen ese servicio, pero al llegar al lugar todo está hecho para que nadie se entere o que ni se lo intente. En el mejor de los casos hay que entrar con la botella tapada y susurrarle permiso al camarero o al sommelier para descorcharla.

Esto no implica atentar contra el negocio de los restauranteurs, lo que estoy sugiriendo es un acuerdo de bodegas tal que los restaurantes puedan tener garantizada su rentabilidad vínica a cambio de fomentar esta sana costumbre.

Sería por un lapso determinado, una inversión eventual para evaluar resultados. Estimo que si durante un año todos los comensales salen a comer con sus vinos favoritos bajo el brazo, esos que guardan con tanto recelo, hayan sido compras o regalos, van a disfrutar mucho más y así van a entender y comprobar el verdadero valor del vino. Además, se puede limitar a una botella cada 2 o 4 personas, a sabiendas que si el vino es bueno y la comida también, la segunda botella llega sola. Y una vez que los comensales se acostumbren a comer bien y tomar mejor, todos saldrán ganando.

Quizás sea el momento de usar en Twitter el #Descorcheparatodos.

 

5 vinos para llevar a un restaurante

Sin dudas tienen que ser botellas especiales, figuritas difíciles, que den ganas de descorcharlas cada vez que la ves, sin importar si la compraste o te la regalaron.

 

1) Hay veces que el motivo es la celebración, más allá de la comida, y ese momento es exclusivo de un gran espumoso, de esos que tienen capacidad de guarda y que siempre mantengan su vivacidad, frescura y, sobre todo, elegancia.

Grande Cuvée Millésimée 2012

Cavas Rosell Boher, Valle de Uco, Mendoza

$ – $$ – $$$ – $$$$

Para la casa y su hacedor, se trata de un corte clásico de Pinot Noir (85%) y Chardonnay (15%), de viñedos en La Pampa y Los Árboles de entre 1200 y 1500 metros, plantados en 1993. Como siempre descansa sobre borras alrededor de 40 meses (el 2012, 38 para ser exactos). Su aspecto asalmonado habla del carácter y estilo del vino; bien sutil y con burbujas muy finas y persistentes. Sus primeros aromas son afrutados, elegantes. De paladar refrescante, en el que sobresale la madurez con carácter. De buen ataque, franco, y una profundidad frutal tensa y marcada, lo que garantiza una larga guarda y mejor evolución en pos de mayor complejidad de sabores. Beber entre 2015 y 2020.

Puntos: 92

 

2) Cuando la idea es disfrutar pescados, ya sean de río o de mar, se necesitan blancos con personalidad, cuerpo, frescura y gracias, pero sin llegar a ser invasivos.

Luigi Bosca Riesling 2015

Bodega Familia Arizu, Las Compuertas, Mendoza

$ – $$ – $$$ – $$$$

Fue el pionero, se mantiene como uno de los blancos más consistentes del mercado, y como siempre va más allá de la originalidad que propone el varietal. De aromas compactos y algo cerrados, necesita abrirse bien en la copa. Notas de frutas blancas y empireumáticas (de crianza), con cierta fuerza. Buen volumen y frescura, todavía muy joven, pero se aprecia su carácter y distinción. Su personalidad se mantiene intacta, sólo precisa descansar un poco en la estiba. Además posee un buen potencial de guarda. Se recomienda servir decantado. Beber entre 2016 y 2020.

Puntos: 90

3) Un vino comodín siempre es un Pinot Noir, porque se puede adaptar muy bien a los pescados, los arroces e incluso las pastas. Eso sí, tiene que ser uno con tipicidad y elegancia, pero también con fuerza.

Saurus Barrel Fermented Pinot Noir 2014

Bodega Familia Schroeder, San Patricio del Chañar, Neuquén

$ – $$ – $$$ – $$$$

Es quizás el Pinot Noir que mejor demuestre la evolución del enólogo (Leo Puppato) y del terroir. Porque a medida que pasan las cosechas va ganando estilizad y expresión. De aromas y carácter frutal muy delicados, paladar franco y fresco, apoyado en la fruta, roja con vegetal y especias. De taninos dóciles y una frescura integrada, con cuerpo y textura muy bien logrados, aunque aún se lo nota joven, y necesita evolucionar en botella para ganar compleijdad y elegancia. beber entre 2016 y 2020.

Puntos: 91

 

4) Si sos habitué de los bodegones o esos restaurantes clásicos donde despliegan lo mejor de la cocina porteña, pero tu paladar es fiel a los vinos austeros, con firmezas pero también amables, lo mejor será llevar un Cabernet Sauvignon.

Kaiken Ultra Cabernet Sauvignon 2014

Bodega Kaiken, Vistalba, Luján de Cuyo

$ – $$ – $$$ – $$$$ (Jun2016 $280)

De aromas compactos, hay que esperarlo en la copa a que se abra. Paladar franco con buena expresión especiada. Es fresco y vivaz, un Ultra mucho más vibrante pero con profundidad austera. Taninos finos y filosos, y un buen volumen. En su paso fresco hay soltura y algo frutado. Es un vino con etapas, no con capas. Y que promete un gran potencial de guarda.

Puntos: 91

 

5) Para disfrutar de las carnes gritadas bien sofisticadas de hoy, que empiezan con achuras gourmet, y siguen con cortes poco usuales incluyendo carnes maduradas, lo ideal es un Malbec vibrante y que se deje tomar, pero que hable tanto del hoy como de su mañana.

Concreto 2015

Zuccardi, Paraje Altamira, Valle de Uco

$ – $$ – $$$ – $$$$

Es un Malbec pero no es un Malbec, sino un vino de concepto que al mismo tiempo va buscando su mejor forma y del que apenas van dos cosechas (2014 y 2015). Se nota que Sebastián Zuccardi quiere inaugurar un nuevo estilo apoyado en las texturas. Este 2015 ha ganado en volumen y profundidad, a la vez es más negro que rojo en su carácter frutal, y eso lo cambia un poco respecto de su antecesor. De paladar refrescante, con buena fluidez y los dejos herbales más marcados. Su textura está bien lograda, con taninos incipientes y finos que forman parte de su carácter. Es más profundo y voluptuoso, ya no tanto un vino de ataque, y un par de años en botella le van a venir muy bien. Beber entre 2016 y 2020.

Puntos: 93

 

 

Sobre El Autor

Hace 22 años degusté un vino por primera vez y supe que querría hacer de mi vida profesional. Compartir mi pasión; por eso me dediqué a comunicar el vino. Más de 30.000 vinos degustados y 20.000 publicados, más de 100 revistas editadas y miles de notas. Siete años en TV, cuatro en radio y seis en la web. Más de 20 exposiciones de vino organizadas y más de 30 concursos internacionales como jurado, además de muchos viajes a zonas vitivinícolas del mundo. Todo esto, simplemente me ayuda a conocer más, para poder compartirlo mejor.