El 9 y 10 de Octubre se realizó la VII Degustación Anual de Punta a Punta en Bodegas López. Un encuentro para clientes, profesionales y amigos de la casa en el que los anfitriones exponen sus 43 vinos de línea, para que todos los puedan degustar. Una oportunidad imperdible para que los amantes del buen vino puedan adentrarse en un estilo único y diferente. Además, en una salón aparte se puede hacer una vertical imperdible; de pocos vinos pero de muchos años. Empezando por el Federico López, siguiendo por el Montchenot 15 años, el 20 y culminando con el 115 años. Allí mismo, donde Miguel Brascó muchas veces deslumbrara a los invitados, me tocó dar a charla habitual. Por suerte no sería la primera vez, ya que lo acompañé a Brascó muchas veces. Pero esta vez yo ero el responsable de hablar de algo, para muchos trillados, para otros inabarcable.

Bastante se ha dicho, y yo en particular también me he sumado, sobre el Estilo López. Y no quería ir sin prepararme; pero tampoco quería repetirme. Y cuando todos, e incluso yo, pensaba que estaba todo dicho, encontré frases y modos de expresar lo que pienso de López y sus vinos, diferentes que quiero compartir aquí.

Empecé por el final, porque quería que entre todos definamos el estilo. Y, entre las más de cien personas presentes, surgieron palabras inconfundibles, a la hora de describir los vinos de la casa, con el Montchenot Joven en sus copas. Armónicos, equilibrados, armónicos, añejos; y muchos otros adjetivos calificativos que los dejaré de lado porque son muy subjetivos. Claramente no se habló de concentración, ni astringencia. Y así fue que recordé el gran atributo que siempre Miguel destacó en los buenos vinos, y fundamentalmente en los de López: la drinkability. Esa habilidad de un vino a ser tomado. Pero no por el solo hecho de ser bebido. Porque un vino tomable es aquel que se toma mucho, y si se toma mucho es porque gusta.

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A esa altura, 10 minutos de la charla, ya no habían dudas del Estilo López. Y compartí experiencias actuales con diversos enólogos y vinos. Y sin dar nombres, expuse la diferencia entre caras, moda y estilo. Las modas pasan, las caras de un mismo vino pueden ser parte de una moda. Pero estilo es cuando queda plasmado en el inconsciente colectivo del consumidor. Cuando no hay dudas. Y claramente cuando algo sobresale. Para lograr un estilo hay que definirse, jugársela por algo. Y, sobre todo, mantener la consistencia de ese algo a lo largo del tiempo. Está claro que las modas o caras proponen las novedades, y que éstas responden a una búsqueda; y esto genera la tan aclamada diversidad.

El tema es que ya llegamos a un nivel de diversidad que es necesario empezar a definir estilos para seguir avanzando. De lo contrario, el consumidor se sentirá abrumado y confundido ante tanta oferta. Hoy, está más envuelto en este juego a mano de la diversidad que alimenta las modas, y por el cual pasamos de vinos muy maduros y concentrados, a vinos con sabores a frutas más frescas y más fluidos. De vinos con taninos firmes y casi duros, a taninos más dóciles; de sabores maderizados a usar madera usada que no invada.

Hay muchos que ya encontraron pero que aún no se la juegan. Otros que siguen buscando y aportando a esa diversidad, pero con un objetivo que no es tan claro.

En López no hay esa búsqueda, porque terminó hace tiempo. Ellos saben lo que quieren y cómo lo quieren; y sólo buscan mejorar. Por eso es de las bodegas más y mejor tecnificadas. Gracias a esa claridad conceptual y consistencia cualitativa, el estilo de la bodega se transformó en un genérico. Un estilo propio que cuesta imitar.

Y la gran diferencia es que los vinos de López miran al pasado, con vistas al futuro. Se aferran a un estilo heredado por las generaciones pasadas, para satisfacer a las generaciones que vienen. Al revés de los vinos de hoy, que miran hacia el futuro para hacer los vinos de hoy, con los cambios vertiginosos que proponen las modas.

Y si hago un repaso mental de lo que está pasando con los buenos vinos actuales en nuestro país puedo decir que son más drinkables, armónicos, longevos, menos maderizados y más livianos a su paso por boca (más allá de sus acideces muchas veces más agudas y taninos más filosos), que los de principio de siglo XXI. Es decir que los vinos de hoy son mucho más parecidos a los vinos de López; como lo fueran en los 70 y 80, aquellos que iniciaron la revolución vínica.

Todo vuelve. Así son los clásicos. Lo bueno es no haber dejado nunca de serlo.

Las modas pasan, los estilos quedan.

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Sobre El Autor

Hace 22 años degusté un vino por primera vez y supe que querría hacer de mi vida profesional. Compartir mi pasión; por eso me dediqué a comunicar el vino. Más de 30.000 vinos degustados y 20.000 publicados, más de 100 revistas editadas y miles de notas. Siete años en TV, cuatro en radio y seis en la web. Más de 20 exposiciones de vino organizadas y más de 30 concursos internacionales como jurado, además de muchos viajes a zonas vitivinícolas del mundo. Todo esto, simplemente me ayuda a conocer más, para poder compartirlo mejor.