Once upon a wine Fabricio Portelli 27/11/2019 Notas, Vinos Notas 1313 Había una vez un vino que surgió de la conquista inmigratoria, y luego de muchos años quiso salir a conquistar el mundo. Pero… Cada año los reportes de los “degustadores importados” sacude el ámbito de las bodegas, más allá del impacto que puedan tener en el mercado local. Y los flyers con los calcos de los puntajes sobre las botellas se multiplican, como en una especie de renacimiento. Sin dudas que un buen puntaje es una buena noticia, pero más para el que lo hace que para el que lo toma. Porque si bien las calificaciones pueden ayudar al consumidor en la toma de decisiones cotidiana, no es una noticia que esté esperando. La gran mayoría de los amantes del vino todavía se guía por sus predilecciones o bien por recomendaciones de conocidos o algún referente que los represente. Pero un buen puntaje nunca está de más, y siempre suma. El tema es poder sacar conclusiones claras ante tamaña lluvia de números. De los reportes 2019 se desprende algo muy interesante, pero a la vez muy difícil de interpretar. A menos que…, estemos ante un punto de inflexión del vino argentino. Por segundo año consecutivo The Wine Advocate otorgó 100 puntos a un vino nacional; el tercero en su historia. En 2018 habían sido el Gran Enemigo Gualtallary Cabernet Franc 2013 y el Adrianna Vineyards River Stone Malbec 2016. Y este año fue el turno del Piedra Infinita Malbec 2016. Curiosamente dos vinos de la añada “más compleja de los últimos 30 años”, según los hacedores. Y si bien no fue el único medio o periodista especializado en otorgar la máxima calificación (también James Suckling lo hizo), sirve de ejemplo por la gran influencia que tiene en los Estados Unidos, principal mercado de destino de nuestros vinos. Laura Principiano y Sebastián Zuccardi – Piedra Infinita En principio, no se dio lo que muchos esperaban. Que después de llegar a los 100 en 2016, aparecieran varios más de las 2017, debido a que fue una cosecha más normal a nivel climático, aunque también escasa en volumen. ¿Qué pasó? Al parecer, la mayor madurez no le hace tan bien al Malbec para mostrar sus mejores sutilezas. Y si bien es temprano para asegurar que tampoco llegarán otros 100 de la cosecha 2018, siguiendo la misma línea se puede inferir lo que sucederá. ¿Y en 2019? Para algunos; como el ing. agrónomo Edy del Pópolo; al menos la mejor cosecha de la década, coronando una trilogía positiva, si se la compara con la previa, que fue; más allá de los 100 puntos; bastante negativa (por la 2014,2015 y 2016). Todos tienen en claro que el vino argentino vive una revolución que arrancó en los 90´con la tecnificación de las bodegas, siguió en los primeros años del milenio con el aluvión de las inversiones extranjeras, y se consolidó con el know how adquirido y aplicado en la última década. Con el concepto de terroir mucho más claro que hace diez años, y un conocimiento de los suelos, la influencia del clima y el manejo del riego, hoy, cada parcela da la uva que el viticultor desea. Y cuando llega esa uva a la bodega se sabe muy bien como cuidarla para que todo ese carácter de lugar y tipicidad varietal llegue a las botellas. Todo esto implica un proceso de gran aprendizaje, y de muchas pruebas y errores, compactado en un período de 10/15 años. Esto significa que muchos grandes vinos han vivido cambios en su camino a la gloria. Porque si bien varios pueden seguir haciéndose con las mismas uvas, el manejo del viñedo y la interpretación del lugar por parte de los agrónomos y enólogos no es la misma. Ante esta avalancha de cambios en los vinos, solo se pueden disfrutar, porque implica una mayor diversidad. Pero la idea, sobre todo con los vinos de alta gama, es que cada uno ocupe un lugar en la cancha. Porque el consumidor debe entender su razón de ser (la del vino) para poder invertir lo que vale una botella; porque los grandes vinos no cuestan, valen. Y para que eso ocurra, hay que entender que el vino argentino está transitando un camino, sinuoso, aunque con un destino muy cierto. Sinuoso, porque sigue habiendo marchas y contra marchas, pero todos saben a donde llegar. Tengo una teoría, a base de degustar vinos (la mayoría argentinos) durante los últimos 20 años, no solo por mi trabajo sino por vivir aquí, ya que gracias a eso no solo los pruebo, sino que también los disfruto a diario y en diversas situaciones. Juan Forntana, Claudio Mestre y Mario Sonzogni – Chandon Argentina Hipótesis de la evolución del vino argentino Sin dudas, el vino argentino está cada vez más cerca de la llegada. Y cuando eso ocurra, quizás muchos agrónomos y enólogos comiencen a aburrirse porque no van a tener más nada que buscar, más allá de afinar sus vinos año tras años, y (eventualmente) lidiar con el clima. Recuerdo que la 2002, en su momento, había sido tildada como “la mejor de los últimos 30 años”, enfatizando que la 1998 había sido la peor; aunque hay grandes exponentes de esa añada (Alto y Perdriel del Centenario, por ejemplo) que siguen vivitos y coleando en las copas. En aquella época reinaban el stress hídrico en los viñedos y la sangría en las bodegas, en pos de lograr concentración de los vinos para causar mayor impacto en los consumidores globales, a los que se pretendía seducir. Con la 2006 en la cancha, muchos hacedores comenzaron a confiar más en sus paladares que en el de los compradores de turno, aunque en este país las necesidades comerciales siempre estuvieron, están y estarán a la orden del día, influenciando algunos vinos. Ya varios habían encarado “la conquista del Valle de Uco”, y la exploración de viñedos más extremos, en diferentes rincones del país. Y los años que sucedieron fueron dominados por un continuo aprendizaje, tanto en la viña como en la bodega. El roble pasó a un segundo plano, irrumpió el concreto en todas sus formas, y empezó a aflorar el carácter de lugar, que dio origen a las primeras IG (Indicaciones Geográficas). Y a pesar que en el vino todo se piensa a largo plazo, las cosas se dieron muy rápido. Martín Di Stefano y Edgardo Cónsoli – Familia Zuccardi Debido a las condiciones climáticas de las cosechas 2014 y 2015, y a los pronósticos que anunciaban la llegada de El Niño, muchos lograron prepararse para la cosecha 2016. Y gracias a ello hubo excepciones excepcionales, que sin dudas calaron hondo en el vino argentino. Porque por primera vez, “y por culpa de la naturaleza”, la mayoría de los grandes vinos argentinos resultaron más frescos (con mayor acidez natural) y más livianos (con menos alcohol). Todo lo opuesto a lo que se había conseguido en 2002, con “la mejor cosecha…”. Pero no todos estaban contentos con estos novedosos vinos argentinos, que realmente se salían del molde ya desde las bodegas, porque se desconocía cómo los recibiría el mercado. Con los vinos de alta gama sin lanzarse, llegó la cosecha 2017, que a nivel climático volvía a poner la casa en orden, aunque el volumen se mantuvo por debajo de la media histórica. No obstante, muchos celebraron la mayor madurez de sus vinos. Pero hacia fines de ese año, los 2016 empezaron a asomar y a demostrar que quizás nacía una nueva Argentina vínica. Lo cual se confirmó al año siguiente con los altos puntajes. Pero ya no había tiempo de reaccionar, porque la 2018 también venía muy bien y pintaba para otra vendimia clásica, y por lo tanto las podas habían sido respetando más el mandato tradicional, siempre en función del vino buscado. Pero cuando inició el ciclo que dio vida a los 2019; con la poda en el invierno 2018; ya se tenía muy claro el mensaje que había dejado “la cosecha más atípica” que se recuerde; por la 2016, con un 60% más lluvias que la media. Y también que los 2017, sin salirse de su zona de confort, no habían logrado mantener ese salto estilístico de vinos más frescos y verticales. La 2018 también fue benévola climáticamente hablando, y se les vino encima a muchos hacedores que estaban sacando conclusiones sobre lo que se había logrado en 2016, con todo el aprendizaje que esa vendimia “única y excepcional” había dejado. Y si bien se lograron grandes vinos que van a empezar a llegar al mercado en breve, tampoco se pudo capitalizar ese gran desafío que tiene el vino argentino desde que juega en las grandes ligas: ser más drinkable y fresco sin dejar de ser concentrado en sus expresiones. Germán Di Césare – Bodega Trivento Y llegó este año. El 2019 fue muy especial y volvió a ser clásico, aunque nada que ver al 2016, y ya todos sabían como definir el punto de cosecha para lograr vinos completos y a la vez equilibrados. Es cierto que por estar de moda cosechar temprano muchos se perdieron lo bueno del año por no esperar. Ya que, si bien en general fue una vendimia fría, en febrero hizo mucho calor, es decir que hubo azúcar y alcohol, pero a la vez la acidez se quedó. Y se sabe que si en Mendoza hace frío y hay posibilidades que llueva, la gente cosecha por seguridad. Pero marzo fue frío y nunca llovió, atenuando mucho la madurez de las uvas, permitiendo una cosecha única, en la que algunos auguran vinos con detalles, muy aromáticos y longevos, intensos y largos en boca, y para larga guarda. Es decir que la 2019 será el mejor resumen de los últimos años de la combinación del know how de los hacedores con los designios de la naturaleza. Claro que es la evolución natural de cualquier zona vitivinícola, la prueba y el error. Pero en la Argentina eso convive con un contexto de grandes necesidades de exportación y de recuperación imperiosa del consumo interno que, muchas veces, obliga a tomar decisiones que desvían al vino de su camino. Pero más allá de la coyuntura, la calidad del vino nacional no se detiene, y el 2019 será el gran punto de inflexión, que seguramente comenzó en 2016, pero se verá cristalizado con los vinos que aún están creciendo en las bodegas. Y naturalmente deberían llegar mejores puntajes, incluyendo varios 100. Con la 2019 todo está dado para que el vino argentino termine de consagrarse y encare la conquista del mundo, consolidando al Malbec y potenciando los vinos de lugar; ahora enmarcados en flamantes IG. Aunque por varios años más, lo más importante va a seguir siendo la interpretación de cada hacedor.