Un libro divino para leer en cuarentena Fabricio Portelli 05/05/2020 Bodegas, Tips 2828 Conocí a Guillermo Corona hace unos tres años, almorzamos juntos de casualidad en El Cielo de La Consulta, el famoso restaurante donde los enólogos tienen una larga mesa reservada eternamente, y llegan con sus botellas para compartir con sus colegas. Guillermo había ido a ver la finca del turco (Karim) Mussi y yo estaba con el propietario de Viña Vida; Oscar Marcovecchio. Todo quedó en un encuentro de esos en los que el vino y las palabras fluyen. Poco tiempo después, Guillermo se convertiría en un personaje influyente en la escena vitivinícola local, a partir de la presentación de su libro “La Geografía del Vino”, publicado a mediados de 2019. Oriundo de Mendoza, este geofísico de 36 años, trabaja en el mundo del petróleo desde los 21, cuando se recibió. Pero siempre estuvo cerca del vino, ya que se recibió en el famoso Liceo Agrícola y Enológico, por lo que tuvo una formación en el secundario, y muchos amigos que le quedaron; hoy en su mayoría, enólogos y agrónomos. Pero todo empezó cuando regresó a vivir a Mendoza en 2014; vivió muchos años en Bs.As.; y algunos de ellos le pidieron una mano con el estudio de los suelos. Para poder definir los suelos vitivinícolas argentinos en pocas palabras se puede hablar de Mendoza, ya que tenemos una amplísima variedad de suelos. Pero Mendoza posee el 70% de la superficie cultivada. Son suelos de origen aluvial, de material transportado por los ríos. Son suelos muy pobres, donde en las zonas pedemontanas; más pegadas a la montaña (Primera Zona y Valle de Uco), aparece “la piedra”. Mientras en las zonas más alejadas (Oasis Norte y Este), aparecen las arenas, arcillas y limos. No son suelos simples, ambos dominios (piedras y sedimentos finos), coexisten junto a la aparición de carbonatos, por lo que tenemos una infinita posibilidad de combinaciones. Cada zona posee una combinación representativa que la hace única. Luján de Cuyo tiene limos y arcillas sobre piedras. En Gualtallary hay arenas sobre piedras con carbonatos. Altamira tiene una combinación de arenas y limos sobre una piedra que es más permeable que en Gualtallary. Cada lugar tiene su impronta, “el desafío es entender qué genera en la viña y el vino, si es que esto es posible”, dice. ¿Altura o Mar? “Somos Argentina, somos diversidad geográfica y climática. Al principio me gustaba muchísimo la altura. Ahora me gusta más el mar, pero en la franja que va de Mar del Plata a Bahía Blanca, sobre las sierras. Eso es algo que estoy seguro va a seguir creciendo. Pero insisto, somos ambos, altura y mar”, afirma Guillermo. El autor del libro considera que todos se vuelven locos por el suelo, pero la mano del hombre tiene una injerencia brutal. “En determinadas zonas cosechaste tres días después y chau efecto suelo. Este año fue más crítico aún, y en las degustaciones que estoy haciendo se nota muchísimo eso”, sostiene. Ya se puede relacionar el carácter de los vinos con la información de su trabajo porque el lugar manda. “Los taninos de Gualta son diferentes a los de Altamira, o los de Luján”, asegura. Pero es necesario respetar el lugar en el proceso enológico para que eso se termine notando en la copa. “Pero sucede que, por las variaciones que hay dentro de un lugar, a veces un Gualta de la parte más baja del distrito, se parece más a otro lugar que a los vinos de la parte más alta de la misma región”, advierte. Si bien su libro le abrió las puertas de todas las bodegas y puede degustar los mejores vinos argentinos, no tiene uno preferido. “Me gusta tomar de todas las regiones. Del último tiempo, lo que más me gustó como productores fue PerSe, pero me vuelvo loco cuando tomo un Etchart Privado Torrontés o un Suter Chenin Blanc, vinos por debajo de los 100 pesos y de una calidad increíble”, dice. Luego de su libro sobre el Valle de Uco, ahora está en un nuevo proyecto. “Estoy con la primera zona a full y profundizando un montón en las IG del Valle de Uco. Llevando a cabo estudios de parcela a escala mínima”, cuenta. Y se lo nota súper entusiasmado, sobretodo porque la diversidad (heterogeneidad) tiene un comportamiento fractal. Es decir que a diferentes escalas se pueden notar las mismas diferencias. Y para el autor es fascinante poder estudiar a diferentes escalas, ya que le da otra concepción de la problemática, y por ende de las soluciones que se puede plantear. Sin dudas, la recepción de su trabajo por parte de las bodegas fue muy positiva. Pero la clave de su éxito profesional ha sido no extralimitarse, hablar y comunicar hasta donde sabe y sin “chamuyar”. “Yo no hablo de viñedos, y menos de vinos. Sólo puedo dar mi opinión como consumidor y punto”, afirma. Tampoco habla de cosas mejores o peores, no califica, y por eso no entra en conflicto con posibles intereses. Guillermo también se muestra muy activo en Instagram (@geografiadelvino), con posteos muy completos, con gráficos y tablas dinámicas, mapas, fotos, animaciones, y mucha información sobre las diferentes regiones vitivinícolas. Y si bien muchos ya consideran su trabajo como relevante para el vino argentino, para Guillermo es apenas un marco de referencia. “Si queremos hacer vinos de lugar, tenemos que conocer y entender el lugar. Dónde se plantó hay que interpretar lo que la naturaleza da”, concluye. La Geografía del Vino, Un Estudio sobre el Valle de Uco ($1190), fue editado por Catapulta. También se puede adquirir a través de contacto directo con la cuenta de Instagram @geografiadelvino. Sin dudas, uno de los libros más interesantes para leer en esta cuarentena, para todo amante del vino argentino.