Un vino único Fabricio Portelli 01/04/2015 Notas, Vinos Notas 2493 Desde lejos no se ve, y cuánta verdad encierra esta frase. Pero el vino tiene esa magia que acerca a las personas, borra los límites y deja volar la imaginación. A Hans (Vinding-Diers), enólogo, ideólogo, creador y hacedor de Noemía, lo conozco hace más de una década. Pero casi siempre en charlas y degustaciones fugaces en sus pasos por Buenos Aires. A excepción de una visita al Valle Azul, donde construyó su primer bodega, allá por 2008. Recuerdo con más fuerza una degustación de sus vinos en CAVE, junto a Noemí, su socia en la bodega, y una comida interminable con todos sus vinos en Oviedo. Quizás porque en esas ocasiones, tuve la oportunidad de conversar más con él, de llegar más al personaje y así poder entender mejor sus vinos. Su mensaje fue claro desde el principio. El tema es que; al menos para mi; sus vinos no estaban a la misma altura. Porque Hans; un sudafricano, criado en Burdeos por su padre, un reconocido enólogo danés; sabía lo qué quería cuando desembarcó en Patagonia. Fue a fines del siglo pasado; suena a mucho, pero teniendo en cuenta la evolución de los vinos argentinos, queda bien; cuando desembarcó en Humberto Canale para elaborar sus vinos top. Le llevó apenas un par de años conocer el Alto Valle de Río Negro y enamorarse del lugar. Hans no conocía al Malbec, pero supo desde el primer momento que esa uva, en ese lugar, debía dar algo excepcional. Y así fue que en 2001, casi de contrabando, se mandó su primer vino. El Noemía 2001, elaborado a los tumbos, en tanques de plástico y (créanme) casi sin tecnología. Así nació el proyecto. Que al poco tiempo tomaría otra envergadura con la llegada de Noemí Marone Cinzano. En mi reciente visita a la bodega, para grabar el capítulo de Lado V (Canal de la Ciudad, Martes 23,30hs) dedicado al Malbec Patagónico, pude degustar junto a Hans y a Oscar Ferrari; el pilar que sostiene al artista; una de las 9 botellas restantes en la cava del vino fundacional. El vino está entero, con aromas de evolución y madurez, pero mucha tensión. De paso limpio y con fuerza, con algo de un Pedro Ximénez español, pero seco. Notas de higos, algo de caramelo y café, muy suave y sutil. Tanto que parece un gran Bordeaux de los 80. Teniendo en cuenta que el 2001 fue un vino de prueba, muy marginal y elaborado en tanques de fibra de vidrio, se puede decir que superó las expectativas. No obstante, este vino marcó el principio de la historia. Pero no tanto por su calidad, sino por su personalidad, ya que Hans quedó muy convencido que ese vino no tenía nada que ver con lo que se hacía en el Valle, y le demostró su gran potencial. Así nace el mito de Noemía, con esta cosecha, un vino que a su autor le emborracha la cabeza (dixit). Es muy difícil definir a Hans, porque es muchas cosas a la vez. Es una persona muy sensible y alegre, está un poco loco, tiene mucho mundo, y a sus ideales no los traiciona por nada. Se autodefine como el primer terroirista del país, ya que desde el vamos, siempre puso en sus botellas lo que la viña le dio. Reconozco que desde su presentación en sociedad dejó bien en claro su postura, aunque era mas clara que sus vinos. En mi caso, fue con la cosecha 2006 que empecé a creerle más. La degustación en la cava de la bodega siguió justamente con ese vino. De aromas delicados y finos, con cuerpo, carnoso y vivaz, todavía muy joven. Jugoso, con taninos firmes y la fruta que es parte del vino. Hay algo de terroir, con taninos y profundidad firme, pero si se suavizan, este vino va a durar mucho mas. El secreto aquí, el uso de escobajos. Pero fue a partir de 2010 que los vinos de Hans cambiaron. Porque hasta ese momento, se guardaban muy bien. Pero con la cosecha 2010, llegó la longevidad; y no es casualidad que los trabajos en la viña comenzaron a notarse dicho año. Y entonces la degustación siguió con ese vino. Un poco cerrado al principio, pero con frescura y fineza. Hay delicadeza, pero lo más interesante es que la fruta se siente por detrás de su carácter; algo que debe ser por el terroir. La vertical siguió con el 2011, más actual. Delicado y carnosos, jugoso, con vivacidad. Músculo y frescura, amable, agradable y con ese carácter único de Malbec. Luego fue el turno del Noemía 2012. Que muestra algo de sobre madurez, y la madera que aún habla. Con buena fluidez, carnoso y equilibrado, algo más cálido en su carácter (propio de la cosecha), y muy buena textura. Hay cierta vivacidad, y pide más botella. Para finalizar, el 2013, la cosecha actual. Muy delicado, y por su juventud falta que la madera deje de ser algo protagonista. Elegante, prolijo, y con ese carácter donde la fruta va detrás del terroir. Es decir que Noemía tiene un sello propio, un aura que lo protege y lo distingue del resto de los Malbec nacionales, y por ende de los vinos del mundo. Y algo de eso se siente en Mainqué, en medio de ese paño de Malbec muy viejo, rodeado de verdes y lleno de pájaros e insectos, que revolotean y zumban felices durante el día. Pero cómo se logra hacerse ícono con apenas 4000 botellas por año. Esa es la gran cuestión. Y la respuesta la tiene Hans. Porque sólo un visionario y seguro de sí mismo se interna en los confines del Alto Valle, casi donde termina (Valle Azul), se hace la bodega, planta un viñedo de 5 hectáreas y se construye una casa donde vive al menos cuatro meses al año. La inmensidad y el ensordecedor silencio que reina por las noches, se hacen muy duros, y más en soledad. También hace falta mucha rebeldía para enfrentar los desafíos constantes que significan vinificar en un lugar extremo. Por eso, hace un par de años que remodelaron otra bodega en Mainqué, de donde sale el A Lisa, su famoso Malbec entry label. Allí, trabaja codo a codo con Marité, una joven enóloga de la zona que conoce Mainqué como pocos. Con ese pequeño, pero rico, equipo, Hans lleva adelante su sueño año tras año. Y al parecer ninguna dificultad lo va a detener. Hoy, está muy preocupado por ayudar a las levaduras indígenas (porque nunca utilizó seleccionadas) a terminar las fermentaciones como deben. Y por eso contrató a Anna Mantheakis, egresada de Davis, con un postgrado en fermentaciones complejas. Esto habla de la obsesión por mejorar; no el vino, sino la expresión del lugar a través del vino. Desde lejos nada de esto se admira en la dimensión real; uno puede darse una idea de las intensiones del enólogo a través de sus vinos. Pero vivir el vino en su lugar de origen y rodeado de su entorno y de quienes lo hacen, bebiéndolo en la cima de un cerro admirando la inmensidad del valle, o comiendo un asado, el mensaje se funde con el vino, y todo se ve más claro. Hoy, con quince años de vida, Noemía es Noemía. Un vino único, con un significado muy particular. No importa si está hecho de Malbec, lo importante es que habla de un lugar y de cómo un grupo de apasionados, dirigidos por un loco lindo, lo interpretan. Por suerte Hans y Noemí, se enamoraron de ese paraíso y se aferraron a su ideal de hacer un vino diferente. Hoy, sin dudas, es el ícono de la Patagonia y un referente nacional, algo que beneficia y prestigia mucho a nuestro cepaje emblema.