Cuando el amor es más fuerte que el vino Fabricio Portelli 12/01/2016 Notas, Vinos Notas 2759 A su paso por la Argentina, por cuestiones laborales, Philippe y su mujer Brigitte buscaron un lugar para tener que volver. Así fue que luego de algunos años decidieron comprar en 2002 una vieja finca plantada sólo con Malbec y Syrah. Un año después se sumaría la finca de Cruz de Piedra (Maipú) donde se encuentra la bodega. Y en 2004 se animaron a salir con su primer Carinae. Y en una década han dado vida a quince etiquetas, posicionándose como una pequeña gran bodega. Siempre los delató su origen francés, no sólo por su acento ni tampoco por su relación con Michel Rolland, sino por el estilo de sus vinos. Al principio muy de Maipú, más recios que amables. Con mucho más carácter frutal que del roble, cuando este se puso de moda. Los Carinae son vinos sin crianza, hay un Malbec, un Cabernet Sauvignon y un Rosé de Malbec de Chachingo que se distingue por su personalidad (todos alrededor de $100 en vinotecas). Luego le sigue la línea Cuvée donde cada uno tiene una etiqueta con su nombre, además del flamante Torrontés que viene de los Valles Calchaquíes (todos a $120 aproximadamente). Luego el blend Harmonie a base de Malbec, Cabernet y Syrah ($155), y un Malbec Single Vineyard Finca Deneza de Perdriel ($220) que descansó 15 meses en barricas. Pero la línea top es Prestige, allí tienen Malbec, Syrah y Cabernet Sauvignon con una crianza de un año y medio en barricas de roble. Inquietos como son, lanzaron un espumante muy divertido (Chin Chin) y más recientemente un vino dulce muy curioso denominado Passito de los Andes. Su estirpe francesa también se advierte en la paciencia de esperar al momento justo para salir con los vinos. Por eso, sus primeros vinos vieron la luz en 2007 y hoy hay algunos 2009 y pasando a la cosecha 2010, hablando de sus líneas de alta gama. Su enólogo, Juan Manuel González, es bastante conocido por su Malbec de Ángeles. Y Gabriela Celeste, desde EnoRolland, es la asesora, como desde el primer día. La relación comenzó porque ella fue la única que se animó a decirles que su vino cero (en 2003) no era bueno, y propuso las mejoras para lograr lo que hoy tienen. Pero el éxito los ha obligado a frenar un poco la marcha, porque salieron con 3000 botellas, y en poco tiempo aumentaron bastante más de su capacidad de venta. Por lo tanto, ahora han vuelto a caminar a pasos más lentos. Los vinos y el consumidor agradecidos, ya que al descorcharlos se van a encontrar con vinos totalmente expresivos y equilibrados en un estilo muy particular. Es cierto que necesitan acomodarse en la copa, pero no por duros, sino más bien porque abrirse les hace bien para acomodar todos sus componentes y regalar así un carácter que, más allá de los gustos, es reconocible. Brigitte reconoce que la primera vez que les tocó venir a la Argentina, el vino los sorprendió. Pero esa fue sólo la excusa, ya que se enamoraron de Mendoza, y de un lugar en particular. Y sin saber nada de vinos, sólo por el anhelo de poder tener algo importante para regresar, se lanzaron a la aventura. Hoy, el vino es parte de ellos, y el entusiasmo de la pareja se siente en cada copa. Ellos se la jugaron por Mendoza y hoy están cosechando los primeros frutos. Philippe y Briggite aseguran hacer vinos argentinos, porque en su Francia natal nunca lo produjeron. Pero sus paladares y sus intenciones los diferencian de muchos de sus colegas nativos.