Si cualquiera hace vinos, ¿el vino es cualquiera? Fabricio Portelli 10/02/2016 Notas, Vinos Notas 1432 No es una falta de respeto hacia nadie porque el “cualquiera” no es calificativo sino descriptivo de una moda. Es cierto que todos tienen derecho a hacer lo que quieran, incluso un vino. Por otra parte, el negocio del vino y sus necesidades han acercado (por diversos atajos) a muchos entusiastas con ganas de cumplir el sueño de vino propio. Pero el vino, por más fácil que parezca su elaboración, es muy complejo. Claro que se puede ser dueño de una finca y vender uvas, y así estar a un paso del vino propio. Sólo basta con solicitarle al enólogo o agrónomo que compra sus uvas para que el vino propio aparezca, y se transforme en parte de pago por dichas uvas. Otros, en cambio, son más arriesgados. No tienen finca que los ate a la tierra, pero sí tienen las ganas de ver en una etiqueta su anhelo plasmado. Pueden ser o no profesionales del vino (vinotequeros, sommeliers, restauranteurs, periodistas, celebrities, etc.), pero de seguro son enófilos. Ahora bien. No será demasiado poner estos vinos, legítimos por cierto, al lado de los vinos argentinos. Desde su definición son lo mismo; incluso desde lo cualitativo; algo que dejan muy en claro algunas etiquetas con sus precios. Pero el vino no es sólo hacer algunas cuantas “pocas” botellas, y ponerlas a la venta en las vinotecas amigas. El vino, ante todo, es consistencia. Cuando una bodega lanza un vino al mercado, en cada botella además hay un legado. Puede ser que a veces el éxito no sea proporcional a la historia y el prestigio de la casa. O tampoco a la intención o la inversión. Pero nadie puede dudar de todo lo que hay dentro de una botella de vino, además del vino. Hoy, muchos enólogos están asesorando a otras personas, y se sienten muy a gusto cumpliendo sueños. Mientras los consumidores seguimos atentos, copas en mano, y agradecidos por la diversidad. Pero si hilamos fino, esta nueva diversidad no es tan diversa. Porque si el origen de las uvas es el mismo, si el estilo del hacedor es su sello distintivo, qué puede cambiar más allá de la etiqueta. Algunos combinan variedades en busca de una diferenciación que no es tal. Y entonces los mensajes de las botellas comienzan a confundir un poco el panorama. Altamira es un claro ejemplo de ello. Quién puede hoy poner en una mesa todos los vinos de Altamira y asegurar que tienen una característica en común. Difícil; yo no me animo. Creo que los enólogos deberían poner más su foco en sus propios vinos, los que hacen para la o las bodegas que los contratan y los suyos propios. Y hasta ahí; al menos por ahora. Para así poder entender qué nos quieren decir. Porque se sabe que el vino es más que un líquido natural que nace de una fruta. Es el reflejo de un lugar y también de la interpretación del hombre de ese lugar. Pero si al mismo hombre se le exigen muchas interpretaciones del mismo sitio, cómo hace para contentar a todos sin alterar el significado del lugar. En otras palabras, no es lo mismo hacer un vinos y que luego sea pedido, que hacer vino a pedido y que luego sea vino. Soy de los que celebra la diversidad y festeja cuando se lanza un vino nuevo. Pero también soy el primero en intentar entender para qué ha llegado ese vino al mercado; ya que es la única forma de poder explicarlo. Además, soy de los que creo que cada vino que se precie de tal, debe ganarse su lugar. Y eso se consigue a través del tiempo y con consistencia. Ojalá muchos de estos nuevos vinos tengan una larga vida propia, y que con el correr de las cosechas puedan demostrar que más allá del enólogo o asesor de turno, la impronta del dueño trasciende la marca y el diseño de la etiqueta. Repito, todos tienen derecho de hacer vino. Pero el éxito de una botella está en cuan especial pueda llegar a ser. Y eso no es una cuestión cualitativa, es algo que a los verdaderos hacedores les cuesta mucho lograr, y que cada uno (si quiere) puede sentir en sus copas, y así grabar ese vino para siempre en su paladar.