Vinos como pocos, parecidos a muchos Fabricio Portelli 16/03/2016 Notas, Vinos Notas 1714 Cada vez son más los tintos con poco cuerpo, bien fluidos y con una acidez que ataca desde el principio. De tragos mordientes y expresiones fugaces, más allá de las sensaciones táctiles que dejan a su paso por boca. Lanzar este tipo de vinos hace menos de diez años era impensado. Sobre todo porque en algo se asemejan a la enología de la cual estábamos escapando. Ya que los vinos de antes, solían tener la misma fluidez, poco cuerpo y casi sin taninos. La gran diferencia con los de hoy es que la fruta ya no es sobre madura, y la acidez punzante es natural. Claro que estos vinos aportan su granito a la diversidad que propone nuestro país. Porque más allá de zonas y cepajes, también los estilos se multiplican. Estos flamantes vinos vibrantes, casi volátiles, llegan luego de la invasión de aquellos tintos concentrados de principios de siglo (XXI, aclaro por las dudas). Ya que los primeros exponentes de vinos mirando al viñedo sufrieron el stress hídrico y la sobre madurez, y luego la sangría en bodega. Además, a eso se le sumó el aporte del roble. Así proliferaron tintos corpulentos y potentes, de expresiones cálidas y maduras, que hacían sus tragos más densos, y con la madera y todos sus ahumados inundando el final de boca. Por suerte, cosecha tras cosecha, se llegó a interpretar que la concentración de un vino nace en la misma viña y que el carácter de un lugar no es directamente proporcional al extracto seco del vino. Al mismo tiempo, los enólogos fueron perdiéndole miedo el mercado y sus pedidos, y se fueron animando a dejar el roble de lado, experimentando nuevas maneras de criar sus vinos, siempre con la intención de privilegiar el carácter del terruño. Y si bien la madera no es enemiga del terroir, siempre y cuando se la sepa usar bien, está claro que es mejor si no se nota, cuando de buenos vinos se trata. Otro aspecto que marca un cambio de paradigma es la madurez de la fruta. Ya no le temen a las notas verdes, ni a las texturas algo secantes de los taninos (de raspones y semillas maduras), ni toda la rusticidad que esto pueda aportar. Así, surgieron hace menos de cinco años en el mercado estos vinos que están en las antípodas de aquellos. E irrumpieron casi desafiantes, aunque sin las mismas pretensiones. Sin embargo, los sommeliers fueron los primeros en levantar sus copas y aplaudir su llegada. Afirmando al unísono que se trataba de vinos más gastronómicos. Es cierto que si un tinto es más denso, la botella tarda más en bajar. Pero también que un vino más tomable (por liviano), no significa que sea bueno. Esta es la razón por la cual los mejores tintos argentinos siguen siendo como aquellos que irrumpieron al inicio del nuevo milenio, (r)evolucionados con el paso de las cosechas. Pero volvamos a los vinos “más bebibles”. Esa fue la intención de quien fuera el enólogo que tiró la primera piedra, o mejor dicho, elaboró un vino así. Matías Michelini, como muchos otros colegas, buscaba un vino más fácil de tomar, sin tantas complicaciones ni ansias de altos puntajes. Así nació su Bonarda (hoy denominado Vía Revolucionaria Pura) del año, con apenas 11 grados de alcohol, una acidez bien atada y paso mordiente. Todo pasaba en el ataque, y cada trago invitaba un nuevo trago. Apenas cinco años después, veo (algo asombrado debo confesar) como se multiplican las etiquetas bajo este mismo estilo. Y lo que parecía ser una característica de los terruños más altos mendocinos, o de alguna variedad específica, o de alguna mano conocida, pasó a ser el rasgo distintivo de todos ellos. Nadie objeta que sean muy buenos vinos para la previa del asado o para beber al costado de la pileta. El problema es que hacer cuando la carne sale de la parrilla o hace mucho frío para ponerse la malla. Para mi, la personalidad del vino suele sentirse primero en sus aromas y luego en la profundidad de sus sabores y texturas. Y estos nuevos vinos ofrecen una nariz vivaz, pero no mucho más. Mientras que en boca sus sabores suelen quedar muy supeditados a la acidez. Y el vino que entró a todo volumen, pasó sin hacer mucho ruido. No es que estos vinos no sean agradables. Es un estilo muy bebible, y por consiguiente agradable. Pero, salvando las distancias, son igual de cansadores que los tintos de principio de siglo. Porque no logran ir mucho más allá de la vivacidad en cada trago. Siendo más vinos de textura, como la comida picante. Rica por la sensación que brinda, más allá de tapar todos los sabores que la acompañan. Y por eso es atractiva para muchos, pero no para todos los días, ni todas las semanas. ¿Se entiende el punto? Por lo tanto, no hay que rasgarse el paladar en busca del carácter del terroir, de la uva, de una mano específica o complejidades en estos nuevos vinos. Claro que pueden ser tomables y disfrutables, pero para llegar a ser memorables necesitan golpear más suave a la puerta, pasar con más delicadeza y quedarse hablando en vos baja por mucho más tiempo… en el paladar.