Felipe Pigna (55) es más joven que el buen vino argentino, y al parecer más conocido. Este profesor de historia, bonaerense nacido en Mercedes en 1959, se hizo famoso por contar la historia argentina sin vueltas ni sesgos, de una manera entretenida y coloquial, y a través de muchas plataformas. Hace algunos años su éxito profesional y su pasión por el vino se cruzaron, dando vida al libro más importante de la historia vitivinícola nacional (Al Gran Pueblo Argentino Salud, Editorial Planeta, 2014). Y desde entonces no se separaron más. Devenido en un nuevo referente en la materia, lo veo en diversos eventos y presentaciones. Pero Felipe no es una celebrity, o mejor dicho no se comporta como tal, porque fama y prestigio le sobran. Su memoria y entusiasmo ya no están más plenamente al servicio de la historia argentina, porque hoy el vino le ha robado parte de su tiempo, de su mente y de su corazón. Por suerte, elegimos juntarnos más allá de los eventos vínicos y así pude conocer a la persona detrás del gran nombre. Un hombre que pasó los 50 y que tiene sus convicciones bien claras. Es decir, sabe lo que quiere de la vida como así también de los vinos. No le gusta comer mal, aunque eso no lo convirtió en un gourmet obsesivo. Gran asador para sus amigos, le encanta pasar tiempo alrededor de la mesa, charlando, comiendo y bebiendo, siempre buenos vinos.

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Hace pocos días nos juntamos en Dambleé, un lugar que para muchos sigue siendo un secreto bien guardado de Buenos Aires; simplemente porque aún no lo conocen. Es más, el día anterior almorcé con un portugués de paladar negro que trabajó en la ciudad muchos años al mando de una gran bodega argentina. Ricardo tampoco había ido a Dambleé, el restaurante porteño donde la cocina portuguesa y española se lucen como en pocos lugares. Y fue allí, en una esquina emblemática del Abasto, donde nos juntamos a almorzar, a hablar de vinos y de su propia historia con nuestra bebida nacional. Al llegar a la cita, Felipe ya estaba sentado a la mesa detrás de una bandeja de ostras frescas, un clásico de la casa, copa en mano de Argento Brut Nature. Con ese maridaje de lujo arrancó el reportaje, después de un brindis sincero.

Actualmente Felipe está abocado a La Gaceta Histórica, una revista digital mensual también disponible para tablets y celulares, a la cual se puede acceder sin cargo desde su sitio web: www.elhistoriador.com.ar/gaceta.php, y cuenta con 120.000 suscriptores. En sus cuatro años de vida, La Gaceta se fue adaptando, modernizando y ampliando (a partir de Mayo me sumo con una nota sobre vinos argentinos). Hay mucho para leer allí, donde las editoriales no auspician pero sí muestran anticipos en exclusiva (por ejemplo este mes hay un par de capítulos del nuevo libro de Galeano). También hay una sección de novedades históricas, porque asegura que la historia tiene muchas novedades que la gente no conoce. Y pone el ejemplo de lo que está ocurriendo en la tumba de Tutankamon con Nefertiti. Todos los días hay algo en algún lugar, como ese niño en Gaza que en un cráter formado por una bomba encontró una figurilla de arcilla de 3500 años de antigüedad, una verdadera reliquia. También allí encontrarán las novedades de los muesos del mundo, la música y todo lo que pasa en el cine y el teatro vinculado a la historia, además de notas de fondo basadas en las efemérides del mes. “Lo hago porque me gusta, es una forma de llegar a la gente y devolverle tanto cariño”, dice mientras disfruta la última ostra.

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Otro de sus orgullos, y lo que ocupa sus días, es el sitio El Historiador (www.elhistoriador.com.ar), también de acceso gratuito. Porque mucha gente lo usa para estudiar. Felipe es la cabeza de un equipo de trabajo apasionado por la cultura. En tiempos en que la cultura no vende, Felipe se hizo un lugar a partir de un contenido genuino. Hoy tiene 650k de seguidores en Facebook, y cuenta que allí le pasan cosas muy insólitas con las cosas que publica. Como la de las galletitas Manon, las que todos llevábamos al colegio de chicos, y que tuvo más de 2 millones de vistas y más de 7000 comentarios. Con Malvinas le pasó lo mismo, al publicar como todos los años la nota que hizo cuando fue allá (hace siete años). Tuvo 1,2 millones de vistas. Y si bien le es imposible leerlos y contestarlos en su totalidad (agradece genéricamente), lo llenan y justifican su misión en esta vida.

De su trabajo depende mucha gente ya que por elección usa los contenidos de La Gaceta para dar clases y así formar a las nuevas generaciones. La película y el documental de la semana. y las entrevistas que realizó en TV también tienen mucha repercusión. “Ahora estamos pasando un documental que hicimos con Sebastián Ortega para Telefe en 2010, Lo que el tiempo nos dejó, y eso a la gente le encanta” dice. Muchos agradecen constantemente su esfuerzo, más allá de los envenenados de las redes. Esto no es un Boca vs. River, es historia, enfatiza. Ese es su laburo diario, más allá de las charlas que suele dar y los libros que escribe (ahora está terminando uno dedicado a Belgrano).

Es un honor para mi que este gran conocedor de vinos confiese que tiene las revistas El Conocedor (que edité entre 2008 y 2013) en su biblioteca. Hicimos una breve pausa para recibir las navajas en salsa verde, un plato casi exclusivo de Dambleé, y servirnos el Argento Malbec Rosé 2015, recién llegado de la bodega, para crear otra combinación a la altura de las circunstancias. Pero a mi me interesaba hablar más del personaje y su relación con el vino.

Su primer recuerdo es muy infantil, en su casa se tomaba vino de damajuana, tanto en Mercedes como en Azul. Recuerda que compraban el vino en lo del turco Jama, y en la carbonera de al lado la leña, la papa, etc. En su casa siempre se servía el vino en pingüino, mediodía y noche, con soda, y su padre le convidaba un poquito. “No se tomaba Coca Cola porque era cara y solo se dejaba para los cumpleaños”, acota Felipe. Y agrega (por si quedaban dudas de su memoria y confirmando que lo de él es la historia toda), “la Coca Cola en la década del 60 ´venía en botella de 750 de vidrio, y fue recién en 1969 que sale la de litro con tapa a rosca. Botella que convivía en los cumpleaños con la Crush (naranja) y un sucedánea de la Coca Cola que se llamaba Refrescola, un jarabe para mezclar con soda”.

Pero volvamos al vino. Recuerda de su adolescencia durante los 70´ algunas marcas de vinos finos como Peñaflor y Pángaro, pero cuando salía con una chica solía pedir el Suter (etiqueta marrón) o el Calvet Brut en blancos, y el Valmont o el Carcasone en tintos. Su conocimiento del vino es totalmente experimental, y se sorprende al recordar al Chianti que a veces tomaba de joven, porque se da cuenta que ya no se hace. Cabe aclarar que es una denominación italiana (la más famosa), y aquellos vinos solo emulaban, más por marketing nostálgico de algún productor inmigrante que por calidad, a los afamados tintos italianos.

Sin querer volver sobre el tema de su libro sobre la historia del vino y las ya famosas anécdotas reveladas, el devenir de la charla pone naturalmente a San Martin sobre la mesa, el gran protagonista de su último libro (La Voz del Gran Jefe, Editorial Planeta, 2015), quien tomaba vinos recién hechos y era un buen conocedor, según le historiador. La conversación se interrumpe por la aparición de las vieiras gratinadas que acompañamos con el Argento Pinot Grigio 2015, un blanco como pocos.

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Felipe cree que el buen vino empezó en los 90´, cuando promediaba los 30 años y ya era su bebida de cabecera. Estaba casado y asegura que siempre había vino en su casa. Mucho de damajuana (Viñas Riojanas) respetando la tradición familiar. Eran tiempos en los que estudiaba profesorado y solía agasajar a sus compañeros con asados en su casa de interminable fondo. No se reconoce como buen asador, pero sólo porque es muy exigente. Y fue recién cuando mejoró su calidad de vida que empezó a prestarle más atención al vino, y luego el libro (Al Gran Pueblo Argentino Salud) terminó de enamorarlo de nuestra bebida nacional. Es decir, si bien lo toma desde los cinco años, hace veinte que le da la importancia que tiene. Como pocos, reconoce esa diferencia que hay cuando uno quiere quedar bien a cuando lo hace por uno. El vino primero le tiene que gustar a él y saber que es bueno para después querer compartirlo, así es más serio y comprometido.

Compra y pregunta porque quiere saber, y como la mayoría se marea con la cantidad de etiquetas que hay. Esto lo obliga muchas veces a quedarse con las mismas cuatro o cinco que suele preferir. Además, no está muy conforme como lo suelen atender en las vinotecas, donde identifica un problema bien argentino: “ en general faltan sommeliers y muchas veces te atienden mal, como si te estuvieran haciéndote un favor, en lugar de hacerlo con gusto”, dice.

Si hay asado en su casa se preocupa porque haya un buen vino, más que por la carne, que la tiene bien asegurada con su carnicero. Pero la clave de su éxito en los asados es el vino de la picada. Para Felipe, el primero es el mas importante, por eso pone el mejor que tiene. Actualmente sus tintos más admirados y disfrutados son el Gran Enemigo Cabernet Franc de Alejandro Vigil, a quién le gustó mucho conocer personalmente. Del mismo autor un vino efectivo y para consumir más a menudo, el Nicasia. ¨No falla”, dice. En la misma línea afirma que el Amalaya está muy y  reconoce que le gustan mucho los vinos de Salta. “Me encanta el San Pedro de Yacochuya, con un buen asado a la noche es genial”. Vamos terminando el blanco y pasamos al Argento Malbec Reserva, un tinto de textura delicada y carácter amable que acompañó muy bien los chipirones en aceto con pimentón ahumado que Gustavo Cano, el chef-propietario de Dambleé, nos cocinó especialmente.

Actualmente conoce a muchos bodegueros y enólogos. Sorprendido por lo que aprendió escribiendo su libro cuenta que “es una locura, es un negocio muy riesgoso y de rentabilidad muy tardía, por eso me pareció gente muy interesante y me empezaron a gustar más los bodegueros”. Hablando de vinos, Felipe aporta otras frases muy interesantes “el vino tiene algo de aventura”, “vamos a ver que pasa con este vino”, “el mismo vino en distintas circunstancias te pega muy diferente, depende con quien estés”. Y juntos concluimos que no pasa lo mismo con la cerveza (otra bebida popular diversa), ya que si bien te permite disfrutar, no va a formar parte de la conversa, mientras el vino se convierte en tema.

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Es interesante, más allá de su popularidad, saber como ve el futuro del vino argentino alguien que lo mamó (no literalmente) de chico, lo adoptó por elección en su adolescencia, y hoy forma parte de su vida. “Lo veo bien, va a depender de cómo le vaya al país, pero tiene lo mas importante, una identidad propia”, asegura. Viaja mucho por el mundo y lo ve muy presente, sobre todo en países no vineros (como Holanda). Allí, afirma que los vinos argentinos están al lado de los franceses, italianos, españoles, chilenos, etc. “Eso me da mucho orgullo” dice. También resalta que los bodegueros deben ser muy inteligentes para administrar bien la diferencia real entre el mercado interno y el externo. Tiene que haber mucho de estrategia, porque obviamente va a haber una baja del consumo general (y eso incluye al vino), y habrá que apuntalar las exportaciones. Su bodeguero de cabecera es José Alberto (Pepe) Zuccardi quien lo ayudó a entender lo genial del vino en un país con un consumo interno altísimo (más del 70% de la producción). Y si bien entiende que la situación actual es complicada, confía en que la industria está bien preparada para hacerle frente a la coyuntura. Y muy seguro afirma “lo que no debe parar nunca es la innovación, ya que es un mundo dinámico y exigente que te pide calidad y cosas nuevas permanentemente”. “Por suerte hay tipos con una cabeza muy interesante, como Pepe”

Mientras terminamos el tinto, y ni rastro quedó de los chipirones, afirma confíar en el Malbec como el gran prócer de nuestra vinicultura, “no le veo reemplazante, es el San Martín de los vinos”. “Es donde podemos hacer la diferencia porque los demás producen otras cepas. Y el que Francia se preocupe por subrayar que el Malbec es de origen francés es una señal de que lo estamos haciendo muy bien”, agrega.

Aunque parezca mentira, es tiempo del plato principal de la mano del que corta el bacalao (así lo apodó recientemente la Nación). Gustavo es reconocido por su Bacalao a la Vasca, el cual acompañamos con el Argento Reserva Cabernet Franc 2014, un maridaje que confirma que los buenos tintos van muy bien con los mejores platos, incluso con pescados.

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Felipe retoma la charla, “la historia puede servir para muchas cosas, la innovación está muy bien pero no en las cosas que están bien hechas. No te vayas del Malbec, mejóralo, esto es lo nuestro. No hace falta hacerse el posmoderno, hay que cuidarlo y ofrecerlo cada vez mejor”. Entiende que el futuro de la exportación vínica pasa por el Malbec, aunque reconoce nuestra diversidad. “Es un privilegio que se puedan degustar las mejores variedades del mundo en la Argentina. Viajo mucho y tomo mucho vino por ahí, y cuando estoy acá no extraño nada. Tenemos muy buenos vinos y una gran variedad, pero somos muy argentinos y siempre miramos con mejores ojos lo de afuera; por esa estupidez nacional que abunda”, acota algo molesto. Esto me dio pie a compartir con él una de mis mayores preocupaciones, por qué la gente no siente orgullo por el vino argentino. “Es un esnobismo que se puede explicar históricamente”, asegura. “Nunca lo nuestro puede ser mejor que lo de afuera. Esa gran desconfianza en nosotros mismos tiene que ver con la inmigración; ningún vino podrá ser mejor que uno francés, italiano o español”. Y cita una frase de Victoria Ocampo, “somos europeos expatriados”. Pero eso no es verdad. Afirma fervientemente que en primer lugar no tendríamos por qué estar comparando,  y reconoce que ese es nuestro gran problema como sociedad, la comparación. “El mundo no se compara, el Francés no se compara”, dice convencido. Por suerte para Felipe el hacedor argentino de vinos empieza a tener orgullo propio, falta que eso derrame culturalmente en el consumidor.

Hoy todo es cuestión de polémica, pero en el vino no hay polémica. Para Felipe es un terreno donde hay poco para polemizar. “La polémica es otra cosa, es cuando te sentas con un tipo a debatir. San Martin no es polémico, no te genera ninguna duda. Belgrano, un tipo que lo dio todo y murió pobre, tampoco. Podes opinar sobre ellos pero no dudar” dice, y agrega, “polémica es una palabra bastardeada. Somos uno de los productores más importantes del mundo, elaboramos algunos de los mejores vinos del mundo, y con gente que le pone mucha onda a lo que hace. Sólo necesitamos un país (gobierno y gobernados) que crea en su vino. Sobre todo cuando la mayoría de los consumidores no está en condiciones de comprar vinos importados. Esa es la cuestión, los mismos que critican los vinos argentinos son los que no pueden pagar otra cosa. Argentinos, tenemos mucho y muy bueno. Dejémonos de joder con esa cosa snob de los vinos europeos”. Lamentablemente sabe que eso es muy argentino y que en Chile y en Uruguay no pasa, pero que el argentino cruza el charco y ya está criticando a su país. “Es una cosa muy loca” acota. Y cuando el final del reportaje era casi un hecho, apareció el anfitrión con una selección de postres imperdibles.

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Para mi el secreto de la pasión y el orgullo por el vino tiene que ver con la conexión natural entre el consumidor y lo que se produce en su tierra. “Tenemos que ser más patriotas y agradecer estas cosas, este es un país de gente muy desagradecida. Tenemos un país que prácticamente produce todo, lo que vos quieras. lamentablemente eso nos hace comportar como nuevos ricos” se lamenta Felipe. Pero cree mucho en el vino argentino. “Esto es lo que tengo y está buenísimo” repite, y sabe que depende de su apoyo y del de cada uno de nosotros para seguir mejorando. “Al que lo hace le tengo que decir que me encanta pero a la vez tengo que decirle como puede mejorarlo ya que estoy, como consumidor argentino, interesado (y todos los demás deberían) en que el vino argentino pueda llegar algún día a ser un gran orgullo para todos nosotros”.