La grieta del vino Fabricio Portelli 21/07/2016 Notas, Vinos Notas 1581 Antes, cuando el vino era fino o de mesa, nadie se peleaba por ver (o demostrar) quién tomaba mejor. La nobleza del vino diario era suficiente para sentir orgullo por lo que se servía en la mesa. Y su grandeza obligaba a muchos a esforzarse para poder descorchar esos (pocos) buenos vinos en las ocasiones especiales. El tiempo pasó y la calidad se prostituyó, se subestimó a esa mayoría silenciosa que los consumía (y que tanto defendía Miguel Brascó) y el vino decayó. Pero rápidamente se levantó de la mano de los que apostaron por la calidad. Ahí empezó otra contienda, la de las bodegas, bodegueros y enólogos por demostrar quien hacía más y mejores vinos. Pero esa competencia no fue tan sana, porque la mayoría de los nuevos bodegueros renegaban de los viejos, al tiempo que los pequeños productores de las grandes bodegas, sin el mínimo respeto por su historia. Así se multiplicaron las etiquetas y los varietales, los métodos de elaboración y los tipos de crianza, surgieron infinidad de terruños, y hasta las parcelas se hicieron conocidas. Todo fue por acaparar más lugares en las góndolas y cartas de vinos. En ese lapso también florecieron las vinotecas y restaurantes que los venden. Nadie puede negar que los vinos de hoy son muchos más y mejores que los de antes, pero su consumo no crece. Es más, todo lo contrario. Muchos destacan que ese menor consumo de hoy es de mejores vinos; y puede ser. Aunque últimamente los que salvan las papas no son los vinos de alta gama sino los que se presentan más amables en el paladar (por el azúcar residual) y en el bolsillo, pero siempre bien vestidos. Hoy sin embargo, los amantes del vino y los consumidores interesados parece que no pueden estar del mismo lado que los demás. Esta puja de las bodegas en su afán por vender, subestimando un poco la importancia de la cultura del vino en la consolidación del mercado, ha abierto la grieta del vino, contrariamente a su misión natural; crear cada vez más consumidores que puedan disfrutar más y mejores vinos más allá de sus poderes adquisitivos. Hoy están los que creen, los que les da lo mismo y los que no creen. Los primeros son los que le dedican algo de tiempo, pero sobre todo prestan atención al beberlos porque experimentan las sensaciones que vienen en copa. Otros deambulan por la avenida del centro, sin preocuparse mucho por el tema, pero disfrutándolos a su manera, sin preguntarse mucho. Ambos grupos suman a la causa. Pero han surgido los Anti V. Ellos son una parte de esa mayoría que disfruta el vino casi sin pensar en él, que valora más lo que le cuesta cada botella que lo que pueda valer, que lo sirve sin vueltas y sin preguntarse qué es, de dónde viene o quién lo hizo, simplemente porque ellos no pueden (en realidad no quieren) ver más allá de sus copas, mientras los otros sí. Claramente esto no es un juicio de valor de las personas, ya que cada uno hace lo que quiere y el interés por el vino nada tiene que ver con la calidad humana. Pero es evidente que ese cacho de cultura que hay dentro de cada botella de vino está dividiendo al consumidor argentino. Ese significado de cada etiqueta es lo que justifica el precio de cada uno. Si es de partida limitada, si proviene de un terruño especial o de viñas muy cuidadas, si lo hace un enólogo reconocido, su inspiración o el concepto bajo el cuál fue concebido, o simplemente si el vino es de gran calidad y con mucho potencial de guarda. Todo eso vale o debería valer, no solo para el que lo pueda pagar sino para el que lo sepa valorar sin importar si puede o no comprarlo. El vino merece la misma admiración que un auto, que un reloj, que un paisaje remoto o que una obra de arte, que un teléfono celular o un par de zapatillas, más allá de las posibilidades económicas de cada uno. El vino como tantas otras cosas tiene mucho valor agregado. Y porque alguno no lo pueda pagar no significa que deje de tenerlo. Como tampoco no poder tomarlo implica algo malo, a menos que se trate de una persona con envidia; sentimiento que potenció la grieta del vino. Y las redes sociales tienen mucho que ver en esto, porque son el lugar ideal para hacer catarsis (en cualquier tema), escudados detrás de un dispositivo. Es lamentable leer comentarios de supuestos lectores sobre notas de vinos. Agresiones sin más fundamento que el de la ignorancia, pero no en la materia sino en la vida. Para los Anti V es como si el precio de una botella de vino no debiera superar los $100, y critican sin razón ni noción a los vinos de Alta Gama, empoderando al mismo tiempo los vinos básicos. Y la grieta se profundiza cada vez más, con comentarios despectivos hacia los buenos vinos, y en el camino la ligan las bodegas, los enólogos y hasta el autor de la nota. Señores Anti V, el vino bueno y barato es solo eso, aunque cabe aclarar que son pocas las marcas masivas confiables que respetan la calidad. No se los puede comparar ni poner a la misma altura porque no tienen atributos. Podrán ser honestos, ricos y compañeros eternos de muchos, pero no pueden expresar lo que un buen vino puede. Dejando el precio de lado, pensar por otra parte que no se puede disfrutar un buen vino por falta de conocimiento solo hace más profunda esta grieta, tan absurda como la otra. Porque todos están capacitados para disfrutarlo, y en definitiva el mejor vino es el que a cada uno más le gusta. Los vinos hablan y dicen cosas, solo hay que querer escucharlos o al menos respetarlos, sin importar su estilo o su precio. De nada sirven esas agresiones virtuales ya que nadie las puede tomar como opiniones serias, solo evidencian frustraciones. No hay que pararse de un lado o del otro, no sigamos separando lo que el vino intenta unir. A la industria le toca difundir la cultura del vino incluyendo a todos. Sólo así la grieta se cerrará y todos volverán a sentir orgullo por el vino argentino. Que no será el mejor del mundo, pero ofrece muchos y muy buenos exponentes en todos los segmentos de calidad y precio, para todos y todas. http://www.clipart-gratis.com/