Ante la bebida más diversa del mundo es imposible darle semejante premio a una sola etiqueta. Está claro que se puede ser el mejor de una degustación; tanto de un concurso internacional como de una juntada con amigos; respecto de sus pares y en un momento determinado. Pero la calidad sí tiene parámetros que se pueden mensurar, el tema está en los evaluadores, que son seres humanos. Esto nos lleva a la máxima decretada por Miguel Brascó hace muchos años; “el mejor vino es el que te gusta”.

Lo que pasó es que el vino en general y el argentino en particular, ha evolucionado mucho y se ha diversificado. Por lo tanto, hoy debería ser el que más te gusta entre los que te gustan. Y eso es lo difícil de decidir. Pero como los gustos son indiscutibles, hay que ir por otro lado, si es que se quiere resolver la cuestión. Si se piensa en los vinos, queda claro que hay muchos y en varios segmentos cualitativos, generalmente bastante bien definidos por el precio de venta al público. A eso, prestando atención y degustando antes de beber, se lo puede percibir en las copas. Un vino de calidad básica será simple en sus atributos y correcto en sus expresiones. De ahí hacia arriba comienzan a sumarse aspectos cualitativos que irán determinando, en mayor o menor medida, el carácter de un vino. Pero si varios invierten en tener las mejores uvas y las cuidan a lo largo del año, y luego cuentan en bodega con toda la tecnología para elaborar vino, y criarlo en las mejores vasijas, se supone que todos pueden llegar al mismo lugar. Aunque está claro que el lugar (origen de las uvas) siempre marcará una diferencia. Pero esto significa que muchos pueden alcanzar la máxima calidad al mismo tiempo. ¿Entonces? ¿Cuál es el mejor de todos? ¿Cómo determinarlo? Esto es algo que desvela a los enófilos. Y si bien no existe una respuesta, hay una manera de averiguarlo.

No todos los vinos están concebidos para ser los mejores. Es más, la mayoría de ellos están hechos para agradar y dar placer, tan simple y contundente como eso. Pero hay vinos que quieren ir más allá. Son los vinos top o vinos de alta gama o vinos de lujo; aunque no todos.

Mientras hay vinos que quieren cumplir con las expectativas del consumidor, otros quieren causar impacto. En su momento se creyó que esto se lograba (y algunos lo siguen intentando) con vinos cargados, potentes y concentrados. Pero la baja bebibilidad de esos vinos aplacó el furor de los productores. Así, muchos se volcaron a crear vinos con una razón de ser, sin mirar al mercado. Es decir, crear vinos a partir de una idea o un concepto propio, y recién después con el vino logrado, salir a encontrar el mercado. Claramente un camino más de largo plazo y menos efectista. Pero la consistencia en las ideas y en los principios también tiene sus premios.

Hoy, ya pasaron veinte años del comienzo del milenio, el gran punto de inflexión del vino argentino. Y varios de esos proyectos empiezan a cristalizarse, o, mejor dicho, a ser comprendidos por el consumidor. Porque en el vino, 20 años no es tanto tiempo como en la vida de las personas. Paralelamente el consumidor maduró, aprendió a apreciar y a conocer, a prestar más atención, a admirar lo nuevo, pero sin dejar de valorizar lo viejo, a dejarse llevar por la originalidad entendiendo que los clásicos también pueden llegar a ser originales de acuerdo a la situación.

¿Y entonces? ¿Cuál es el mejor vino?

Sin dudas, es necesario partir de vinos que busquen eso, que tengan la intención de patear el tablero apostando siempre al largo plazo. Así, el mejor vino debe nacer de un concepto y una idea clara más que de un sueño. El lugar es clave, no todos los terruños permiten uvas de calidad 100 puntos (ya hablaremos del tema puntajes). Y qué decir de los hombres y las mujeres que los hacen. Todos ellos, partiendo de un lugar especial, deben desafiar y desafiarse. Eligiendo las variedades apropiadas, aunque con el tiempo estas se vuelvan anecdóticas. La mejor manera de conducir la viña, de podarla, de regarla. Y, degustando la uva y caminando, determinar el mejor punto de cosecha en función al estilo de vino deseado. Cada una de estas actividades se lleva el año de trabajo de agrónomos y enólogos, y se superponen con las tareas en bodega.

El mejor vino deber nacer con la intención de querer llegar a ser el mejor vino. Pero también debe transmitir en las copas lo más claro posible todas esas intenciones vínicas. Así, el mejor vino puede ser rústico o elegante, siempre y cuando sea fiel a sus principios. El tema es que para ser el mejor, hay ciertos atributos que juegan a favor y otros no tanto. El equilibrio es uno de los más apreciados, la delicadeza, otro. Sin embargo, hoy hay vinos que desafían estos preceptos con texturas incipientes y pasos por boca más vibrantes. Claro que la prolijidad puede no terminar siendo un atributo destacable a la hora de sobresalir. Pero todas estas características deberían estar concentradas en un entorno de cierta armonía, donde todos los atributos participen y puedan resaltar la complejidad.

Si todo esto llega a las copas de los consumidores, acompañado de las palabras de los hacedores, entonces habrá mejor vino para cada uno. Y si el mensaje y el vino fueron claros, también será para muchos. Y si eso se da en diferentes mercados, entonces quiere decir algo más importante. Obviamente no siempre se puede tener al hacedor sentado a la mesa para que cuente la historia del vino, pero todo eso hoy se puede encontrar en la web y en las redes. El que busca encuentra; el mejor vino.

¿Entonces? El mejor vino ya no es el que te gusta, sino que estará entre los que más te gusten, y que además hayas podido comprender su mensaje. Y lo más importante, te llegó. Porque de eso se trata. Un vino es placer embotellado, pero también es un mensaje en la botella. Y comprender su significado hace la diferencia en la preferencia. Hoy, se hacen los mejores vinos argentinos de la historia. Por eso, el mejor no puede ser solamente el que te gusta.

Por qué ellos

El vino es la bebida más diversa del mundo, noble y milenaria como pocas, también natural, producto de la tierra. Todo esto la convierte en la más elegida a la hora de sentarse a la mesa. Por eso, habiendo tantos consumidores y tantos vinos, se justifica que haya guías. Los profesionales que comunican el vino (periodistas y sommeliers) sin elaborarlo, debemos recurrir a cierta metodología para poder decodificar los mensajes enológicos (vinos) y compartirlos con los consumidores a través de los distintos medios, o en degustaciones presenciales. Para eso no hay que dejarse llevar por el gusto personal sino por la curiosidad, manteniendo una metodología profesional. Ahí es donde entran a jugar los puntajes, que se vuelven un aspecto entendible y de alto impacto para la mayoría de los consumidores. Sin dudas, el puntaje refleja la calidad, aunque en algunos casos, también el gusto personal de quién los otorga. En todo caso, es fácil darse cuenta y siempre la decisión de seguirle los pasos a ese comunicador, está en manos del consumidor.

Pero tomando en cuenta la famosa escala de 100 puntos, se puede determinar que no hay un mejor vino sino muchos. Y es cierto que entre esos mismos vinos habrá unos mejores que otros. Pero la escala termina ahí, en los 100 puntos. La parte superior de esta escala sirve para detectar a “los mejores”. ¿Por qué unos y no otros? Porque muchos, por más apuesta que hagan, no dejan de considerar las preferencias del mercado y eso los puede desviar un poco del gran objetivo. Además, cuando se trata de una bodega grande o una marca reconocida, siempre hay más para perder versus una etiqueta nueva. Pero hay referentes que se destacan y ya forman parte de esa elite capaz de calificar con algún “mejor vino” para muchos. Son enólogos y agrónomos con una sensibilidad distinta. También con cierta creatividad y, sobre todo, con valentía para encarar desafíos, sabiendo el riesgo que implica equivocarse, de lugar, de variedad, de sistema de plantación, de método de elaboración, etc. Son muchos los planetas que deben alinearse para lograr el mejor vino. Pero si está la intención, y todo lo llevado a cabo se refleja en la copa, ese concepto originario devenido en vino pasa a ser la razón de ser del vino.

Nombres hay muchos. Matías Michelini es, sin dudas, uno de los abanderados. Porque quiso (y supo) dar el paso al costado del sistema en el momento justo. Y emprendió su propio camino de búsqueda y aprendizaje. Un camino de vid(a) que lo llevó a integrar a toda su familia en el trabajo de la bodega, a partir de un concepto más sustentable. En la filosofía y el manejo biodinámico, Matías y su familia, hacen vinos con identidad propia. Y muchos de esos (por ejemplo, en SuperUco) están pensados para ser los mejores. Con todo el foco puesto en la viña, pero también en la “no” intervención en bodega. Pero para intervenir lo menos posible hay que conocer lo más posible. Y así buscar vinos más vivos y con crianzas más integradas, apostando a la longevidad en botella, con el know how adquirido en todos estos años de aprendizaje.

Alejandro Vigil es el máximo exponente, por reconocimiento, nacional e internacional, y por ser el hacedor de la mayor cantidad de vinos 100 puntos. Pero lo más importante siempre es el aval del consumidor que con la compra del vino expresa su opinión. Y si bien en Catena Zapata no le falta nada para lograr grandes vinos, la curiosidad y las ganas de aprender de Alejandro fueron la clave de su éxito. Porque nunca dejó de ser el “investigador” de suelos que supo trabajar en el INTA. Se puede decir que al Malbec y al Cabernet Franc ya los tiene bien dominados. Desde hace algunos años que está yendo por el Cabernet Sauvignon, el Bonarda, el Pinot Noir, el Syrah (y las variedades del Ródano) y el Chardonnay. Y siempre jugando con los blends. Pero en el futuro las cepas no serán tan relevantes como los lugares. Así, Gualtallary se vuelve tan importante como Chachingo y El Cepillo para el hacedor, porque la búsqueda es la misma, aunque los atributos de los terruños sean tan diferentes. Aprender haciendo, esa es la cuestión. Y los resultados obtenidos hasta hoy no solo lo invitan a disfrutar sino a entusiasmarse más con lo que viene en los próximos 100 años.

El trabajo de Sebastián Zuccardi es notable, porque fue capaz de reconvertir los vinos de la familia apostando primero por el Valle de Uco y luego por una vitivinicultura más sustentable. Plantando los últimos viñedos del Valle de Uco tal como quiere y con las variedades que (él cree) mejor van a expresar el lugar. Fue uno de los pioneros en referirse a un lugar antes que, a la variedad, allá por 2010 con la llegada de los primeros Aluvional (solo decían Malbec en la contra-etiqueta, en el mejor momento internacional de nuestro cepaje emblema). Lo demás, ya es bien conocido, bodega y vinos imponentes de Paraje Altamira, apostando a Gualtallary y San Pablo para lograr tintos y blancos de montaña, como le gusta referirse a sus vinos de lugar, o mejor dicho a vinos con su interpretación del lugar.

La dupla Edy Del Popolo y David Bonomi de PerSe también son un gran ejemplo de querer (ser el mejor) es poder. Claro, allí en su proyecto personal, nadie los corre, tienen todo el tiempo del mundo. Por eso eligieron todo, el lugar, cómo y cuándo plantarlo. El estilo de los vinos, todo. PerSe no es una bodega, es el reflejo de la personalidad vínica de sus propietarios. Tampoco es un negocio, sino un estilo de vida.

Y si de pioneros se trata, otro de los que marca el rumbo e inspira es Hans Vinding-Diers, quién con su Noemia desde 2001 viene hablando de “terroirismo”. Y veinte años después, todo se ha vuelto más claro. La calidad, si se la busca, siempre llega. Lo que hay que lograr es ir más allá para poder conectar con los consumidores desde otro lugar. Y que los vinos permitan, a partir de un mensaje claro, imaginar un lugar y un potencial de guarda. Y que cada vez que se descorche un vino así con el correr de los años, esas sensaciones se multipliquen gracias a los sabores otorgados por el tiempo. Hans con su Noemia ha logrado hacer un vino que refleja su alma. Daniel Pi es otro ejemplo de búsqueda constante desde hace un par de décadas. Ahora dedicado 100% a Bemberg Estate, en una bodega que hizo a imagen y semejanza, pensando en lograr los mejores vinos posibles, perfectos, pero sin descuidar sus imperfectos. Otro que desde hace diez años está feliz es Pepe Galante, porque desde su llegada a Salentein solo vinifica uvas del Valle de Uco. Y sacando a relucir su amplio repertorio está logrando llevar a la bodega a lo más alto de los rankings y las preferencias de los consumidores.

Nombres (por suerte) hay decenas, y hacen cientos de vinos capaces de ser cada uno el mejor para muchos consumidores. Mariano Di Paola desde Rutini Wines con sus Antología y Roberto de la Mota con su Mendel Unus desde la cosecha 2004. El Malbec Viña Cobos de Paul Hobbs, desde hace algunos años secundado por Andrés Vignoni, dueño de una fuerza y visión impresionantes. Pepe (Martínez Rosell) y sus espumosos, Pablo Cúneo dando vida a la nueva generación de vinos de Luigi Bosca. Lo mismo que está haciendo Silvio Alberto con la familia Bianchi, tanto desde del terruño tradicional (San Rafael) como desde el nuevo (Los Chacayes). Marcelo Pelleriti, con sus vinos de autor concebidos con el know how de haber vinificado los últimos 20 años en Mendoza y en Francia (Pomerol). O Diego Ribbert, Chef de Cave de Chandon, demostrando que ya no hay por qué envidiar a Champagne. El joven Ariel Angelini con su Imán, un Malbec distinto. O el “viejo” Walter Bressia, sorprendiendo con su nuevo blend de blancas, tan profundo como su gran vino tinto. La irreverencia natural de Matías Riccitelli, tercera generación de hacedores, que le permite ofrecer una gran diversidad de vinos sorprendentes de diversas regiones. También el Colo Sejanovich, es otro de los que apostó todo a su proyecto personal y en poco tiempo logró brillar. Alejandro Pepa, desde El Esteco revolucionando los vinos del NOA y Sergio Casé tomando las riendas definitivamente (hace unos años) de Trapiche. Santiago Mayorga haciendo lo propio con los vinos de Cadus y Nieto Senetiner, y Gérald Gabillet desde hace algunos años demostrando que se puede hacer un grand cru al pie de Los Andes con su Cheval. Los blancos desafiantes de Juampi Michelini de Altar Uco (elegido entre los Top 50 del mundo por Vivino) y Zorzal y los sorprendentes vinos más australes del mundo by Juan Pablo Murgia. Y obvio que hay muchas mujeres con Susana Balbo a la cabeza y sus renovados clásicos.

La lista sigue y es muy larga porque la gran mayoría de los hacedores hoy está en el buen camino de lograr cada vez mejores vinos. Pero lo importante no es pasar lista de todos sino entender que, desde ahora, y gracias a la gran evolución del vino argentino, el mejor vino será para cada uno aquel capaz de transmitir en las copas sensaciones que vayan más allá del vino y del gusto personal.

Sobre El Autor

Hace 22 años degusté un vino por primera vez y supe que querría hacer de mi vida profesional. Compartir mi pasión; por eso me dediqué a comunicar el vino. Más de 30.000 vinos degustados y 20.000 publicados, más de 100 revistas editadas y miles de notas. Siete años en TV, cuatro en radio y seis en la web. Más de 20 exposiciones de vino organizadas y más de 30 concursos internacionales como jurado, además de muchos viajes a zonas vitivinícolas del mundo. Todo esto, simplemente me ayuda a conocer más, para poder compartirlo mejor.