Querer es poder, al menos eso es lo que ha demostrado Eduardo Petrini al crear Casa Petrini, su propia bodega familiar, a partir del legado de su abuelo, logrando llevar su pasión por los vinos más allá

por Fabricio Portelli – para DELIRIO

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A principios del siglo XX, don Enrico Petrini trabajaba de agricultor y viticultor en Lapedona, una pequeña comuna de Le Marche, una de las grandes regiones al Este de Italia, ubicada entre los montes Apeninos y el mar Adriático. Él, como muchos otros campesinos italianos, emigró hacia la Argentina en busca de un futuro promisorio y anhelando formar una familia. Hoy, su nieto Eduardo le hace honor a la pasión que él mismo le inculcó de chico.

Todo empezó a fines de los años 60´, en la quinta familiar de El Palomar donde tenían plantados parrales de uvas tintas, con las que Enrico elaboraba vino patero para consumo hogareño, pero con toda la experiencia adquirida en su Italia natal. Eduardo, apenas un niño de siete años, veía como su padre Ricardo y su abuelo disfrutaban cotidianamente aquel vino. Por otra parte, su madre mendocina – de descendencia española – tenía una pequeña finca en Maipú, en el corazón de la Primera Zona, donde vivió toda su adolescencia. Esto explica una parte de esta pequeña historia familiar de grandes vinos, pero es apenas la precuela. 

Eduardo Petrini devino en un empresario, y su trabajo le permitió viajar por el mundo entero. Y en cada comida de cada ciudad que le tocó visitar, siempre había lugar para una botella de buen vino para seguir despuntando su pasión. Con el paso de los años, y de los viajes, forjó una cava hogareña con más de 800 botellas de todo el mundo.

Pero sus ganas con el vino iban más allá, Eduardo quería sentir lo mismo que su abuelo sentía al elaborar sus vinos, primero en Italia y luego en Buenos Aires, en otras palabras, quería estar en contacto con la tierra.

Así, en 2011 y luego de recorrer fincas en el Valle de Uco durante un año; principalmente en la región de Gualtallary; encontró un terreno virgen, en el km 11 de la ruta 89, y con el imponente marco de la Cordillera de los Andes de fondo. Con suelos pobres y la presencia de muchas piedras de diversos tamaños, muchas de ellas cubiertas con carbonato de calcio. Era justo lo que estaba buscando, porque Eduardo siempre miraba más al suelo que al paisaje, ya que sabía que el secreto de un gran vino, al menos en un 70/80%, estaba ahí.

Ese terreno ondulado y con distintas elevaciones bordeaba el río Las Tunas, y estaba dominado por infinidad de piedras (haciendo honor a su apellido, Petrini) de diversos tamaños y orígenes, incluyendo las “polémicas” rocas volcánicas que aparecieron.

Además de la influencia familiar, Eduardo reconoce que lo inspiró mucho el proyecto español de Comando G, una bodega joven, pero de gran trascendencia para entender el boom de las garnachas de Gredos, a manos de Dani Landi y Fernando García. Ellos se hicieron famosos porque su compromiso con la región fue total, con una filosofía principalmente borgoñona en cuanto a la concepción del terreno; vinos de región, de pueblos y crus, y buscando la mineralidad en los vinos. 

Así comenzaron por estudiar a fondo el terruño, y en las primeras 20 calicatas; realizadas para definir qué vides plantar y cómo; encontraron basalto, y muchas piedras diferentes por la gran influencia milenaria del Río Las Tunas. Claro que era un gran desafío plantar pegado al río, pero era el lugar ideal para continuar con el legado de don Enrico Petrini.

Eduardo y Ariel Angelini, el joven enólogo de Casa Petrini desde el inicio, quieren saber hasta dónde pueden llegar con cada variedad en ese terruño. Eso es lo que se proponen con las 35 hectáreas que plantaron desde el inicio (en el año 2013), aprovechando la gran diversidad que ofrecían sus suelos, con Chardonnay, Malbec, Tannat, Petit Verdot, y Cabernet Franc, allí, en el corazón de Tupungato.

Pero Eduardo no está solo, su mujer, su hija, y también su yerno, conforman el equipo de trabajo en esta flamante bodega familiar que, con poco recorrido, ya se ha ganado un lugar en el mercado, con vinos que sobresalen por su carácter de lugar, o, mejor dicho, de río.

Vinos que esconden el secreto de las rocas

La ventaja de plantar en un suelo virgen es poder elegir mejor qué, cómo, dónde y cómo. Así se puede lograr embotellar el carácter del lugar, y de ahí llegar a las copas, con vinos que ostenten una personalidad propia

En la diversidad del terroir de Casa Petrini, en el corazón de Tupungato, se destaca la presencia de rocas volcánicas o basálticas, con propiedades magnéticas, provenientes del Volcán Tupungato. Para muchos geólogos es imposible que esas rocas hayan llegado hasta allí de forma natural. Pero la realidad es que, al comprar el terreno, esas rocas ya estaban allí formando parte del entorno natural.

Y con el tiempo, el Malbec de esas parcelas se reveló tan distinto que dio vida al Imán, el ícono de la casa.

Para despejar cualquier duda, y sobretodo eliminar rumores suspicaces que se han generado en torno al revuelo que están armando un par de Malbec de la casa (Roca Volcánica e Imán), Eduardo tomó la decisión de ir a fondo con el tema.

Por un lado, tomó muestras de las rocas volcánicas y las llevó a un reconocido laboratorio internacional para que certificaran su composición, y de alguna manera le ayuden a elaborar una hipótesis de cómo llegaron hasta allí esas rocas. Por el otro, con un geólogo e historiador se proponen analizar otras hipótesis, como una que dice creer que esas rocas fueron traídas hasta allí desde el volcán por los antiguos indios para construir sus “hornos”. Como sea, en breve la bodega podrá sostener con pruebas dos o tres hipótesis que demuestren cómo esas rocas están ahí, y develen el misterio. Porque el gran tema es que realmente esos dos vinos tienen un carácter distintivo, y se hace imperioso conocer todos los secretos que esconden esas rocas, y ese terroir.

Tanto Eduardo con su enólogo Ariel Angelini sabían que debían ir por vinos modernos, que sigan las nuevas tendencias, privilegiando la fruta y con madera que acompañe pero que no se sienta. Para ello construyeron una pequeña bodega con una capacidad de 250.000 litros, y que cuenta con equipamiento de avanzada. Posee pequeñas vasijas de concreto, también barricas de roble de distintas capacidades, y tanques de acero inoxidable para poder elaborar por separado las uvas que provienen de cada parcela. Ya que fue concebida para descubrir (primero) y resaltar (después) el carácter de los vinos del lugar, revelando la identidad de río.

La propuesta vínica de Casa Petrini es amplia y variada para ser una pequeña bodega dedicada a vinos de alta gama y en partidas limitadas. El Casa Petrini Rosé es un blend de Malbec (70%) y Tannat, que viene en atractiva botella, y refleja bien el espíritu de la bodega. El blanco, con apenas un par de cosechas en el mercado, ya ha demostrado tener mucha personalidad. Es el Lecho de Río, un Chardonnay que fermenta con levaduras indígenas y se cría una parte en huevos de cemento y la otra en barricas de roble. Los Casa Petrini Tannat y Malbec son los tintos jóvenes de la bodega, sin paso por barricas, y elaborados con un porcentaje de racimos enteros (50% y 25%) para resaltar su frescura y agarre. Por su parte, el Roca Volcánica es un Malbec que tampoco tiene crianza en madera. Su carácter distintivo lo logra a partir de la particular composición del suelo y de una cosecha más tardía (a finales de marzo). Talud es (por ahora) el único blend tinto, elaborado con uvas de las parcelas que bordean el río. Es una co-fermentación en barricas de roble de Malbec, con aportes de Tannat y Petit Verdot, y criado durante doce meses. Pero el vino ícono de la casa es Imán, un Malbec que nace sobre un suelo de rocas volcánicas con propiedades magnéticas. Y si bien aún no se puede determinar cómo influye la particular composición del terroir en el vino, sí se trata de un Malbec diferente, con carácter y fuerza propia. La propuesta se completa con un Extra Brut a base de Pinot Noir, elaborado con uvas provenientes de otra finca en Tupungato.

Una característica que todos estos vinos reflejan es una destacable relación calidad-precio; incluso el Imán, que por éxito (léase alta demanda) y poca producción ha incrementado su valor.

Los vinos DELIRIO de mayo 2020

Sobre El Autor

Hace 22 años degusté un vino por primera vez y supe que querría hacer de mi vida profesional. Compartir mi pasión; por eso me dediqué a comunicar el vino. Más de 30.000 vinos degustados y 20.000 publicados, más de 100 revistas editadas y miles de notas. Siete años en TV, cuatro en radio y seis en la web. Más de 20 exposiciones de vino organizadas y más de 30 concursos internacionales como jurado, además de muchos viajes a zonas vitivinícolas del mundo. Todo esto, simplemente me ayuda a conocer más, para poder compartirlo mejor.