Mucho se habla del Círculo Rojo, ese influyente grupo que (supuestamente) digita el rumbo del país más allá del gobierno de turno. Pero hasta ahora nadie había hablado del Círculo Tinto; y ya era hora.

Imagino que cada industria tiene el suyo, pero este es distinto (¿se entiende?).

Si hacemos un poco de historia se podría trazar un paralelismo con el desarrollo del país, sin necesidad de meterse en política. Pero todos sabemos que el país, por sus riquezas naturales y su gente pujante, debería (sin dudas) formar parte del primer mundo. Pero mucho tiempo y recursos se han despilfarrado en las últimas décadas. Y en el vino sucedió algo parecido, incluso con los mismos vaivenes.

Por un lado veníamos de ser los primeros consumidores per cápita del mundo en los ochenta, cuando se tomaba todo lo que se producía y el vino estaba en la mesa de todos los argentinos porque su consumo era habitual. Esa sana costumbre para muchos fue “asesinada” por el esnobismo (lo veremos más adelante), pero fue la traición a la calidad la máxima responsable.

La convertibilidad permitió a la industria tecnificarse y ese fue el principio de la revolución enológica, que se cristalizó a principios del milenio con innumerables inversiones extranjeras, y la participación activa de los más afamados flying winemakers. Esto obligó a los profesionales locales a estar a la altura, y hoy no hay vino argentino que no se haya beneficiado de esto. Porque todos los vinos de hoy son mejores que los de antes.

Lamentablemente este es el país de las paradojas. Tenemos al mejor jugador de fútbol del mundo, pero lo castigamos porque no nos sacó campeón. Decimos que tenemos la mejor carne pero desmantelamos el campo. Y la lista es larga.

 

Paradoja argentina

Cómo puede ser entonces que teniendo mejores vinos estemos bebiendo menos; de 90 l ya estamos en 20 l per cápita anuales. Y el Círculo Tinto sale a gritar a viva voz, pero sin hacerse cargo de la situación.

Es cierto que el mundo está tomando menos vinos, la misma cantidad de licores y el doble de cerveza que hace 50 años (según un informe de American Association of Wine Economists).

 

Pero también es cierto que las cosas no se hicieron tan bien en todos los frentes.

Para el Círculo Tinto no hay autocrítica, sin embargo deberían reconocer que al vino argentino lo sorprendió el crecimiento a tasas chinas.

Digo lo sorprendió porque todos rápidamente ampliaron sus instalaciones, y realizaron inversiones (¿inteligentes?). También multiplicaron su oferta con ansias de conquista de los principales mercados de exportación. Pero pocas fueron las bodegas que optaron por una estrategia consistente más allá de la competitividad que ofrecía el tipo de cambio. Y no por casualidad son esas las bodegas que hoy pueden festejar.

Por otra parte, venimos de dos magras cosechas (2016 y 2017) aunque de gran calidad. Eso infló el costo de la uva, por más que los viñateros merecen siempre mucho más; como los maestros, los médicos y los agentes de seguridad.

Pero este año viene bien, con una recuperación en cantidad de kilos (ya que pasó la época de heladas), aunque aún falta un par de meses para terminar la cosecha, las estimaciones son auspiciosas.

El Círculo Tinto tampoco se hace cargo de los precios, excusa al vino por la inflación, pero hay que entender que el vino no es un bien necesario sino un placer por elección. Y en 2017 fue el producto alimenticio que más aumentó (80% los vinos comunes y 56% los vinos finos, según la Consultora W).

Algunos en la industria ponen a la cerveza como espejo, envidiando claramente su actualidad. Pero lo que no puede ver el Círculo Tinto es que el vino no es el vino, son muchos vinos; y esa es su gran ventaja.

Pero ser la bebida más diversa del mundo no es fácil, como tampoco ser la persona más famosa del mundo (preguntar a Maradona o a Messi).

La parte llena de la copa es la cantidad de etiquetas para elegir que tiene el consumidor, la otra es que por ahora ese valor agregado está alejando más de lo que acerca al consumidor.

Me gusta la cerveza para ciertos momentos, y le reconozco su atractivo. Pero si de diversidad hablamos no le llega ni a los talones al vino. Eso, sumado a que el mensaje está dominado por uno o dos jugadores que invierten mucho en comunicación, acerca mucho más de lo que aleja.

Pero cuando la cerveza quiere empezar a jugar el partido del vino; es decir en un plano un poco más sofisticado, por estilo y por aptitudes para maridar; muestra la hilacha.

En cada segmento de vinos hay buenos y nobles productos, tanto entre los Tetra Brik como entre los finitos. Y de $80 para arriba todos tienen atributos. A los entry label no se les puede pedir tipicidad varietal ni carácter de lugar, pero a medida que se sube en la escala, sí. De ahí y hasta los $1000 son todos muy competitivos, pero más allá la competencia va por el lado del marketing.

Pero hay que recordar que el vino no cuesta sino que vale, por todo lo que significa y por todo lo que tiene detrás. Pero además por todo lo que puede ofrecer una botella de vino. Incluso el mismo vino en distintos momentos, algo que ninguna otra bebida logra.

Entonces no se trata de el vino vs la cerveza, porque son muchos vinos para comparar o competir con pocas cervezas. Y a aquellos que pretenden devolverle al vino esa nobleza cotidiana de los ochenta, intentando volver a simplificarlo y reivindicando al sifón como si fuese el mejor nuevo terruño (lo digo por ese audio que se viralizó), permítanme recordares algo. Que gracias al valor agregado del vino argentino tenemos una “Great Wine Capital” (Mendoza), que atrae a miles de turistas (más allá de los inversores) y además de paisajes increíbles que se están embotellando desde La Quebrada de Humahuaca hasta La Patagonia. También tenemos vinos que prestigian al país en las mesas del mundo, como ningún otro producto nacional. Hay cientos de restaurantes de primer nivel con cocineros a la altura de los mejores del mundo que llegaron ahí, en parte gracias al vino. También tenemos sommeliers que compiten en mundiales y una industria que gracias a todo eso da orgullo. Y que si se pudiera valorizar debidamente, las autoridades y el Círculo Tinto se darían cuenta que representará el 0,5% de la Balanza Comercial, pero seguro supera el 30% si se mide en imagen y poder de atracción.

No es un problema del vino si el vino tiene mucho para decir, en todo caso es problema de los consumidores que no quieran “escuchar al vino”.

Claro que todos pueden disfrutar una copa de vino sin preguntarse nada, simplemente bebiéndola. Pero hay muchos, y cada vez más, consumidores que valoran sus aromas, sus sabores y sus textura; es decir, sus diferencias. Y son los mismos que se sientan a la mesa para disfrutar la comida y no simplemente a comer, entre muchos otros placeres cotidianos.

Y son los mismos que se toman una cerveza de vez en cuando, pero cuando se habla de comer bien y beber mejor, no lo dudan.

El Círculo Tinto debería estar menos preocupado y más ocupado. Todos los actores de la industria; los que lo hacen, los que lo venden y los que lo comunicamos; deberíamos trabajar en la misma dirección.

Y a los que le quepa, hacer mea culpa y hacerse cargo de haber crecido más de la cuenta, y no “echarle la culpa a Río”. En todo caso alguno que otro deberá barajar y dar de nuevo.

Pero lo más importante no es diluir el vino, ni simplificar su mensaje, la solución no está en volver atrás; Internet tendrá muchas cosas para mejorar, pero ya nadie imagina la vida sin conexión.

Hay que ayudar al vino a estar más cerca del consumidor. Dejar tranquilos a los de menos de 30, porque al vino se llega solo, simplemente con la madurez.

Hay infinidad de nuevos consumidores para captar ahí nomás; esa no debe ser la preocupación. Quizás haya que pisar un poco los precios este año para “esperar al consumidor y convencer a más paladares que los vinos valen y no cuestan, más allá de lo que cada uno pueda pagar.

Hay que trabajar en la confianza del consumidor.

La cerveza lo hizo a tal punto que la gente no deja de beberla aunque no esté la marca que pide; ¿fidelidad genérica?.

El vino no es tan lineal y las etiquetas cada vez son más variadas. Quizás haya que ir de lo general a lo particular, volver pocos años atrás y explicar bien qué es un varietal, y poner foco en el Malbec, y qué significa poder ser los referentes internacionales de ese cepaje. Después sumar al Bonarda a la charla y ver si desde la zona Este mendocina pueden llegar muchos, más bebibles y frescos, tal que se puedan recomendar con las pizzas. Y así sucesivamente.

Hay varios consumidores que ya van por los vinos de parcela y se preocupan por las texturas calcáreas. Y está muy bien que así sea. No debería molestar a nadie que otros disfruten la complejidad que puede ofrecer un vino. Porque eso es lo que hace que un país, además de ser productor de vinos, sea prestigioso.

El que quiera degustar cada copa de vino con tiempo y dedicación, que lo haga; aquel que le quiera poner soda, bienvenido sea. Y aquel que no quiera tomarlo y prefiera beber cerveza o fernet, mejor… más vino para mi.

 

 

Sobre El Autor

Hace 22 años degusté un vino por primera vez y supe que querría hacer de mi vida profesional. Compartir mi pasión; por eso me dediqué a comunicar el vino. Más de 30.000 vinos degustados y 20.000 publicados, más de 100 revistas editadas y miles de notas. Siete años en TV, cuatro en radio y seis en la web. Más de 20 exposiciones de vino organizadas y más de 30 concursos internacionales como jurado, además de muchos viajes a zonas vitivinícolas del mundo. Todo esto, simplemente me ayuda a conocer más, para poder compartirlo mejor.