De la Patagonia al mundo Fabricio Portelli 18/12/2019 Notas, Vinos Notas 2074 El desafío de una familia que se reinventó en la búsqueda para crear el mejor vino. Después de veinte años en el mundo del vino, los Viola tuvieron su propio renacimiento. Hoy, primera y segunda generación trabajan a la par para llevar a Patagonia a la élite del vino mundial. Con un equipo joven y un asesor de primera, pusieron el foco en el viñedo y en la familia, para seguir escribiendo su propia historia. Miles de historias de familias forjaron, y siguen forjando, la industria vitivinícola nacional. Y si bien la primera vid se plantó a mediados del siglo XVI, el vino empezó a producirse masivamente a finales del siglo XIX, de la mano de los inmigrantes que llegaron desde Europa con las vides bajo el brazo. Lamentablemente, a causa de las recurrentes crisis que vive la Argentina, son pocas las bodegas centenarias que siguen en pie. No obstante, el vino siempre da revancha. Eso permitió que hacia fines de los 90´ la industria vivera su propio renacimiento. Porque gracias a la convertibilidad, muchos aprovecharon para reconvertir sus viñedos y tecnificar sus bodegas. Al tiempo que otros se animaron a sumarse al mundo del vino. La posterior devaluación sirvió para que el negocio creciera, de la mano de una mejor competitividad en el mercado externo. Y también para que varios inversores internacionales desembarcaran en el país, atraídos por las bellezas naturales, el Malbec y, por supuesto, la conveniencia económica. Todo esto produjo una verdadera revolución vitivinícola en las puertas del nuevo milenio. Y muchas nuevas historias dieron comienzo. Algunos pensarán que no se puede comparar una bodega de 20 años con una de 100. Pero la verdad es que sí, ya que en estas últimas décadas sucedieron tantas cosas y tan rápido, que puede equivaler a una vida entera. Porque luego de la reconversión y tecnificación, llegó la inserción de la Argentina en el mundo. Enseguida el Malbec se posicionó como variedad emblema, y las exportaciones pasaron de 100 millones de dólares a 1000 millones en el primer decenio. Pero una vez más la crisis obligó a recalcular. Y si bien el vino argentino ya circulaba por la senda de la calidad y no de la cantidad, había que mejorar para lograr ser más competitivos. Así, gracias a la viticultura de precisión, comenzaron a nacer los grandes vinos de lugar. Y las fronteras vitícolas se ampliaron. A tal punto que no solo se incorporaron zonas al mapa del vino argentino, sin también provincias enteras, como Neuquén. Pioneros en el siglo XXI Julio Viola tenía un sueño. Convertir a Neuquén en una provincia vitivinícola. Inspirado en el Alto Valle de Río Negro, muy cerquita de su casa, buscó el mejor lugar posible. Así fue que decidió crear el primer valle vitícola de la provincia en San Patricio del Chañar. Un lugar ideal por su geografía bien patagónica, dominado por una gran estepa coronada por infinitas bardas. Los suelos son pobres y llueve muy poco, tal como a la vid le gusta. Y el agua necesaria para el riego llega desde el Río Neuquén por canales. Las temperaturas medias son más frescas, moderadas por el frío polar. Y el distintivo es el viento que nunca deja de soplar. Eso, más allá de algunas complicaciones cuando las plantas son jóvenes (por corrimientos), es ideal para ventilar los racimos y mantenerlos sanos naturalmente. Es decir, que las condiciones en San Patricio del Chañar para desarrollar grandes vinos son ideales. Así, Julio Viola pensó en inaugurar una provincia, a partir de una región de casi 2000 hectáreas, y no solo una bodega. Porque entendía que, para posicionar el lugar en el mundo, había que crear una masa crítica. Todo comenzó en 1996, y para el 2002 ya había varias bodegas produciendo sus primeros vinos, que rápidamente se sumaron a la acotada oferta de vinos patagónicos, potenciando la región. Fue todo muy vertiginoso para la familia Viola, fundadora de Bodega Del Fin del Mundo; uno de los nombres más atractivos. Que en solo veinte años logró insertarse en el mundo del vino, y ganarse el reconocimiento de sus pares. La alianza con Michel Rolland, además de la propuesta vínica, los convirtió, sin dudas, en verdaderos exponentes del vino argentino. El crecimiento exponencial y las crisis de la industria, ocasionadas por el contexto macro del país, llevaron a la bodega familiar original a tomar otro rumbo; redoblaron la apuesta. Se asociaron con la familia Eurnekian con el objetivo de consolidar el crecimiento y tomar el liderazgo de una región mundialmente reconocida; Patagonia. En el camino, el flamante grupo adquirió Malma (ex Bodega NQN), una de las nuevas bodegas en San Patricio del Chañar, sin saber que pronto se convertiría en un nuevo comienzo para ellos. El destino quiso que ambas familias, Viola y Eurnekian, luego de casi diez años de trabajar juntos, decidieran tomar caminos diferentes. Pero esta vez el comienzo no sería desde cero, porque ya había una bodega construida, con la más alta tecnología y una capacidad de 1,8 millones de litros. Rodeada por 127 hectáreas de viñas plantadas y con más de quince años de Malbec, Merlot, Pinot Noir, Cabernet Sauvignon, Petit Verdot, Sauvignon Blanc y Chardonnay. Pero no solo eso, ya desde 2002 ambas generaciones trabajaron a la par. Porque si bien Julio Viola fue el ideólogo del proyecto. Con todo plantado y listo para producir vinos, llamó a sus hijos (Julio y Ana) para que lo ayudaran, ya que había que empezar a vestirlos, venderlos y comunicarlos. Es decir, que a diferencia de otras bodegas donde la influencia de las generaciones está bien marcada, porque cada una comienza a construir a partir del legado de la anterior, acá primera y segunda generación convivieron. Aprendiendo todos juntos y trabajando a la par. Hoy, Julio Viola (h) junto a su hermana Ana y su marido Pedro Soraire, están al frente de Malma y con todas las ganas de volver a empezar, como dice la canción de Alejandro Lerner, “que aún no termina el juego”. Con el universo en sus manos Malma significa, en dialecto mapundungun, orgullo. Y si bien es una bodega que en los últimos años funcionaba en piloto automático, el potencial que tiene es increíble, según sus flamantes propietarios. Desde marzo 2019 pasaron pocos meses, pero fueron muy intensos para Ana Viola, porque volvieron a empezar un camino como bodega de familia. Varias cosas cambiaron, menos la filosofía de hacer vinos como a ellos les gusta beber. Con más tiempo que antes, en esta nueva etapa decidieron retomar el foco en los vinos. Y a partir de una estructura chica, empezaron a pensar qué querían de sus vinos y sus viñedos. “Queremos tener el mejor vino que se pueda hacer en San Patricio del Chañar”, asegura Ana Viola. Y para lograrlo debemos empezar a trabajar el viñedo de otra manera. Con eso claro, la primera movida de los jóvenes bodegueros puede decirse que fue magistral. Porque convencieron a Hans Vinding Diers a que los visite. Hans llegó al Alto Valle de Río Negro a fines de los 90´para asesorar a la bodega Humberto Canale (la más antigua de Patagonia), y nunca más se fue. Con su vino Noemía, uno de los mejores Malbec del mundo, se consagró como el primer terroirista de la Argentina, porque desde su primera cosecha (2001) no quiso hacer un Malbec sino un vino de lugar. Respetado, admirado y muy querido, Hans sale muy poco de su bodega en Mainqué. Curiosamente, estos dos referentes del vino patagónico no se conocían, pero evidentemente se respetaban, porque la química surgió al instante, y Hans se convirtió en su asesor. Pero a diferencia de muchos otros “flying-winemakers”, él vive a menos de una hora de la bodega. Por eso, en la primera reunión con el equipo de Malma en Noemía, cayeron todos, incluyendo las familias. Ana, Pedro y Julio (h) descubrieron en Hans a un enólogo y un viticultor espectacular, pero sobre todo a una gran persona. Y si bien Julio Viola siempre tuvo un alto perfil y una personalidad avasallante, en esta etapa la nueva generación es más protagonista. Ana Viola es la gerente general, su hermano Julio el responsable de fincas y bodega, y su marido Pedro, está en la parte comercial y financiera. La intención de Ana es profesionalizar todos los procesos. Luego de analizar qué encontraron en Malma y sus líneas, decidieron qué van a cambiar. “Queremos tocar mucho el viñedo y dejar lo mínimo a intervenir en bodega, cambiando la forma de fertilizar”, cuenta Ana. Y detalla que se armaron un cuadro de acuerdo a diferentes variables (variedades, suelos y antecedentes) para definir cómo fertilizar con guano, y ver cómo se comporta cada variedad para ver los diferentes resultados. “Vamos a ir en todo el viñedo hacia lo más natural posible, en busca del mejor vino sin ser extremistas ni dejando todo librado al azar”, remata la bodeguera. En resumen, están cambiando las formas de hacer todas las labores culturales, desde darle de comer a la viña hasta como elaborar los vinos, con un enfoque más natural y menos intervencionista, recalculando el momento de cosecha. Hoy, los vinos de Malma empiezan con los varietales P15 ($300), de Malbec, Cabernet-Malbec, y Chardonnay. Los Chacra La Papay ($430), Pinot Noir y Sauvignon Blanc. Los Reserva de Familia con un Malbec, un Cabernet Sauvignon, un Merlot, un Pinot Noir, y un Chardonnay nuevo 2017, que para Hans es uno de los mejores de la Argentina. Por último, la propuesta de la bodega se completa con los Universo, Blend y Malbec ($1000), ambos de la cosecha 2017, en los cuales Hans pudo meter mano en la elaboración de los cortes finales. Todo esto va a ir modificándose, por fuera y por dentro, a medida que pase el tiempo, ya que la idea es intervenir lo justo y necesario, siempre más en el viñedo y menos en la bodega. “Los Universo son vinos de una línea, pero todos los años serán diferentes, y el blend va a ser de lo mejor que salga del viñedo”, asegura Pedro Soraire. Ana Viola celebra haber ganado en esta nueva etapa la posibilidad de volver al vino y a las personas, que son lo más importante, “nos re-enamoramos de lo que nos gustaba hacer, porque cuando estás pensando en otra cosa y el vino pasa a segundo plano está mal, y eso se nota en el vino”, asegura Ana. “Somos una familia dedicada al vino con una pequeña historia, pero con una gran experiencia, ya que en estos veinte años nos pasó de todo”, agrega Pedro. Hoy tienen una gran oportunidad por delante, junto a Hans Vinding-Diers y con ellos más involucrados, para poder llegar más lejos, y aportar para convertir en realidad el potencial que Patagonia ostenta. Porque más allá de la limitada superficie versus las demás zonas productivas, la región precisa de más bodegas y vinos consistentes que colaboren con el posicionamiento global de la región. Hans logró hacer su pequeño gran aporte poniendo al Noemía en lo más alto del Malbec, porque siempre fue fiel a su concepto. Se sabe que es un personaje talentoso, hábil y romántico, pero en Malma deben apostar por la consistencia a partir de un mayor conocimiento del terroir, básicamente porque los buenos vinos son una sumatoria de detalles. “Queremos desnudar a la Patagonia desde el suelo, ver cómo se planta con nuevas técnicas y cómo regar para aprender. El conocimiento de las parcelas va a ser fundamental para lograr la mejor uva posible, porque buscamos lograr vinos de buen volumen y con una calidad consistente en el tiempo”, sostiene Ana. Lo que viene “Nos encontramos con un gran potencial que no sabíamos que teníamos antes, desde los perfiles de los suelos hasta el carácter de los vinos, sin nada que envidiarle a otra zona”, relata Ana, y asegura que Hans Vinding-Diers también se sorprendió con lo que vio. Incluso le hizo acordar a la bodega de su primo (en referencia a Dominio de Pingus de Peter Sisseck, en la Ribera del Duero). Dicen que hasta se enamoró de Oscar, el encargado de la finca, algo fundamental para todo viticultor, porque Oscar está allí desde que se plantaron los viñedos y conoce el comportamiento de cada parcela. El asesor llegó junto a ellos con el 2019 en curso, y si bien ya pudo meter mano en todos los vinos que están en el mercado (añadas 2017, 2018 y 2019), la 2020 va a ser la primera cosecha full de todo el equipo. “Pero los cambios ya se ven en los cortes 2017 y 2018”, asegura Pedro, quien cuenta que antes lo veían con Michel Rolland y ahora con Hans; ambos viticultores y enólogos especialistas en cortes; “porque con los mismos componentes generan cosas diferentes”. Una de las primeras indicaciones de Hans fue no colocar los vinos 2019 en barricas, ya que antes deben avinarse con vinos base para espumantes (blancos y más ácidos) durante meses. También adquirieron una cuba de roble francés de 6000 l, y están por incorporar un mini huevo de arcilla con caliza de origen italiano, para hacer microvinificaciones. Hans Vinding-Diers vio el potencial de la zona, y además de un joven equipo, talentoso y ávido por aprender. Ana Viola tiene una formación científica, y siempre se basó en la investigación y el desarrollo (I + D) para fundamentar sus decisiones de manera sistemática. “Con I + D empezamos hace mucho tiempo, y el hecho de ponerlo en foco es por filosofía. Tenemos viejos papers escritos sobre suelos y los estamos recuperando. Este año volvimos a hacer calicatas para analizar los perfiles junto al INTA, y encaramos un análisis de levaduras autóctonas con la Universidad del Comahue, porque no queremos que sea algo pasajero, sino que quede y sea útil para toda la región”, afirma Ana Viola. Por otra parte, la bodega fue elegida por la Universidad Cornell (Nueva York) para que un grupo de MBA realice una consultoría comercial y comunicacional sobre cómo percibe la gente a Patagonia en los Estados Unidos, basado en diversas investigaciones. Por suerte culminó el litigio con el dueño de la marca Patagonia en la clase 33; una pelea legal bancada por las bodegas; y desde 2018 se puede incluir grande en las etiquetas la palabra Patagonia. Paralelamente, salió formalmente la IG Patagonia. “Por eso nuestros vinos dicen MALMA Patagonia, Family Wines, Single Vineyard Estate Bottled” (vinos de familia provenientes de un solo viñedo y embotellados en la propiedad), una ventaja competitiva apreciada en las góndolas internacionales”, asegura Pedro Soraire. Y si bien Patagonia representa un porcentaje chico del total de vinos exportados, hace mucho ruido porque su precio promedio es alto, y la calidad destacable. Los jóvenes bodegueros consideran que hay una oportunidad de apoyo gubernamental, como sucede en Mendoza donde el vino es foco. “Acá en Neuquén falta, pero de a poco se puede apostar porque es una industria que ayuda a desarrollar otros sectores, como el Turismo. Y, además, puede complementarse muy bien con el crecimiento de Vaca Muerta”, sostiene Ana. Está claro que los vinos de Patagonia son una realidad, pero con todo lo que se puede crecer, y la imagen de marca en el mundo, su potencial es gigantesco. Sin dudas que los chicos de Malma pueden aportar a Neuquén, pero mucho más a la región patagónica. Es por ello que se van a dedicar a juntar información y empezar a analizarla, con el objetivo de ser los líderes de la información de la zona. “San Patricio del Chañar es grande, y el valor agregado está en la tierra, tenemos que explotarlo porque es nuestro diferencial. Además, somos una familia de acá, y apasionada por lo que hacemos”, agrega Pedro. Hay muchas cosas por hacer a mano de los vinos que vienen. Porque además de apostar a lograr el mejor Merlot de la Argentina, con el Pinot Noir pueden seguir creciendo. “El Pinot Noir de Patagonia es el mejor de la Argentina, porque es más natural y se da mejor por la sanidad del lugar, ya que no hay que curarlo”, explica Ana. También el aporte al Malbec puede ser muy importante. “Hay sobre el Malbec un estudio completo con varios exponentes de todas las regiones vitivinícolas que encaró el ing. agrónomo Martín Kaiser (Doña Paula), y muchas bodegas de Patagonia participamos. Todas aportando la misma cantidad de uva, cosechada con los mismos grados brix, y elaborada de la misma manera. Se van a mandar a analizar, luego se someterán a un panel de cata, y, por último, una nariz electrónica en Chile los analizará con precisión. Eso va a dar información objetiva y comparativa”, relata Ana. Quizás puedan llegar a plantar en otra zona de la Patagonia, allí cerca en el pedemonte o arriba de la barda, pero hoy están dedicados a conocer y saber más; quieren cambiar para descubrir el potencial de San Patricio del Chañar. “Hans nos propuso que no intentemos hacer el mejor vino de Patagonia, sino el mejor del mundo”, se entusiasma Pedro. Habrá que ver hasta donde influye el respetado asesor, y qué lugar ocupará en la familia. Mientras tanto, el joven matrimonio comparte su día en bodega y en casa. Él es el hombre orquesta, un workaholic y multitasking, mientras ella sólo puede hacer una cosa a la vez, porque sea lo que sea, se dedica a fondo. “No me gusta decir si no lo voy a poder hacer. Vamos a hacer estos vinos y van a salir si están bien, no porque están ahí. Si lo hacemos lo hacemos bien, esa es mi filosofía”, dice Ana. Convencidos que el conocimiento permite desmitificar, saben que vienen del volumen y la tecnología, y que esta permite escala, pero después es necesario comunicarlo bien. “Por ejemplo, la cosecha mecánica es muy buena porque nos permite cosechar de noche, cuando la uva está a una temperatura más fresca”, cuenta Pedro. Ellos tienen una gran ventaja al no empezar de cero, porque ya son una familia dedicada al vino, con viñedos y bodega. No deben apurarse para demostrar lo que ya son. No reniegan de su pasado, porque su historia es su capital y patrimonio, junto con el aprendizaje de estos 20 años, “ya sabemos muy bien que no hay que hacer, hasta podríamos escribir un libro sobre eso, pero ahora queremos aplicar lo que aprendimos”, cuenta Ana. Y si bien los Malma de hoy no comunican toda su filosofía, son un punto de partida, y se viene una transición lógica. Pero el rumbo ya está marcado, “la idea es hacer los mejores vinos que podamos en este lugar y a partir de nuestros propios viñedos”, dice Pedro. “Hacemos los vinos que tomamos en la mesa, no creamos vinos a medida sino buscamos lo que más nos gusta, y los compartimos”, cierra Ana.