El vino avanza muy rápido y al consumidor le cuesta mucho seguirle los pasos. Esta frase encierra dos noticias. Una muy buena (por el vino) y una muy preocupante (por el consumidor). Y esta problemática se ve reflejada en dos índices; caída del consumo per cápita (12% en 2016), y caída de las ventas.

Por otra parte, cada vez hay más y mejores vinos, aunque la mayoría sigue comprando las etiquetas más económicas, aprovechando las ofertas de los grandes supermercados.

El tema es complejo, la industria ha afinando muy bien la puntería desde lo vínico, practicando una vitivinicultura de precisión y llegando a descubrir las mejores parcelas para cada variedad. Además, muchos enólogos y agrónomos con todo el expertise y know how acumulado en los últimos años (muchos viajes y degustaciones de por medio), comienzan a lucirse con propio estilo. En definitiva, los buenos vinos argentinos abundan, sobre todo en los de $200 para arriba. Pero el tema de la inflación y la polémica por los precios de los vinos no es el objetivo de esta nota.

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Sin embargo, hay algo que las bodegas deben hacer si quieren revertir la situación; darse cuenta que no importa el gusto por el vino, sino el interés que esta noble bebida pueda generar en el consumidor.

Porque a todos les gusta el vino. Solo basta con pararse en una esquina cualquiera y hacer una encuesta, seguro que a 9 de cada 10 personas les gusta. Pero eso claramente no significa que lo tomen seguido, ni mucho menos que lo compren.

Por eso el quid está en el que le interesa el vino, que probablemente (utilizando la misma encuesta) sea 1 de cada 10; con mucha suerte.

Esto pone en jaque la frase que inmortalizara Miguel Brascó, “el mejor vino es el que más te gusta”. Pero lejos de refutarlo, creo que es tiempo de repensar ese tema, porque la evolución del vino argentino así lo exige. Para mi, “el mejor vino es el que más te interesa”.

Por qué es tan importante despertar y fomentar el interés del vino en lugar de preocuparse por gustar, justamente porque el vino no es sólo un líquido como muchas otras bebidas. Es la más diversa (por lejos) de todas, esto implica que detrás de cada etiqueta hay una historia, con lugares y personajes. Pero también cientos de variedades que, más allá de mezclarse, pueden expresarse de manera diferente en cada lugar. Y a su vez, cada terruño puede ostentar un carácter propio. A todo esto que, repito, ninguna otra bebida puede ni si quiera intentar emular, hay que sumarle la evolución del vino, ya sea durante la crianza o en la botella.

Todo esto hace que cada botella de vino sea diferente y por eso es especial. Y para poder disfrutarla y apreciarla mejor no hace falta tener un paladar privilegiado. Simplemente hay que leer la contra etiqueta, consultar con el vinotequero, escuchar del amigo conocedor la historia, o buscar en internet más info de ese vino por degustar o ya disfrutado. Y claro, el momento de compartirlo sirve para grabarse una etiqueta para siempre en el corazón o darle una nueva oportunidad.

Todo eso forma parte del universo único de sensaciones que puede brindar un vino. Y esto es mucho más rico (en el sentido más amplio) que gustar o no gustar.

Últimamente los lanzamientos de las bodegas se han centrado en “captar” nuevos consumidores, y la estrategia (más allá de la comunicacional) fue toquetear el vino que, sin dejar de ser natural, lo han bastardeado bastante. Y estoy hablando del azúcar residual en “los nuevos vinos para los jóvenes”, o en los vinos dulces y rosados más livianos pensados para mujeres.

El gusto del vino no pasa por el paladar, pasa por la mente y por como se impriman las diversas sensaciones del vino al tomarlo.

Claro que esto depende mucho de la predisposición del consumidor, y es ahí donde las bodegas hoy deben poner el foco; en alimentar y fomentar ese interés latente que está en todos.

Una gaseosa debe preocuparse por gustar más que la de la competencia. Una cerveza se puede preocupar por gustar más que las otras a partir de una propuesta más festiva o una elaboración más artesanal. Pero el vino no tiene por qué preocuparse por gustar, debe ocuparse en interesarle al consumidor. Solo así después de la caída, vendrá la levantada.

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Sobre El Autor

Hace 22 años degusté un vino por primera vez y supe que querría hacer de mi vida profesional. Compartir mi pasión; por eso me dediqué a comunicar el vino. Más de 30.000 vinos degustados y 20.000 publicados, más de 100 revistas editadas y miles de notas. Siete años en TV, cuatro en radio y seis en la web. Más de 20 exposiciones de vino organizadas y más de 30 concursos internacionales como jurado, además de muchos viajes a zonas vitivinícolas del mundo. Todo esto, simplemente me ayuda a conocer más, para poder compartirlo mejor.

Una Respuesta

  1. Ignacio

    Hola, no estoy del todo de acuerdo con el planteo. El vino que “interesa” me parece que es el mejor para el iniciado, para el que transita el camino del conocedor. Esa persona toma vinos que le interesan, no quiere un vino a su gusto detrás de cada etiqueta. Esa persona quiere descubrir nuevas cosas, quiere identificar la uva, la parcela, la altura, la tierra, la añada, y dar con sensaciones nuevas. Quiere ver acidez, astringencia, duración en boca. Quiere que lo sorprendan y descubrir. Y, como bien decís, no llegan a 1 de cada 10.
    Las bodegas son negocios, que tiene inversores que ponen plata y quieren ganar plata, que tienen accionistas que eligen en que poner sus fondos en función de la rentabilidad. Y la prueba está en que la mayoría de las principales bodegas terminan reventando sus productos en algún super, chino o vinoteca en algún momento. La temperatura la marca la rentabilidad. El destinatario de esas bodegas no busca vinos interesantes, me parece. Busca vinos que le gusten, no clavarse, ir a lo seguro, y sabemos que etiquetas compran … Eso es el mercado.
    Capítulo aparte quizás merezcan las bodegas chicas que hacen vinos de partidas limitadas, para públicos limitados (conocedores?), y los enólogos que hacen vinos de autor (pero generalmente en paralelo a sus empleos reales en bodegas masivas, que fondean sus emprendimientos personales …). Quizás allí sí aparezca el “interés” como motor de la producción, casi como un “darse un gusto” del enólogo, de hacer el vino que a él le gusta. Y sin duda esos son los vinos que a nosotros más nos llamen la atención. Pero ojo, nosotros no somos “el mercado”. El mercado compra en el super y en el chino. Las bodegas tienen que ganar dinero, y el volumen está en el mercado. Ni siquiera se salva la exportación (basta con averiguar cuales son las etiquetas mas exportadas).
    En mi opinión, si le quitamos la pátina romántica al tema de los vinos y su producción, lo que aflora es la realidad económica de un negocio, y el mercado cobra relevancia por sobre los que conocemos un poquito más que la mayoría. Por eso me parece que Brascó sigue vigente con su frase. Igualmente, brindo por los vinos “interesantes”, salud!