Es cierto que para el consumidor lo más importante es si le gusta o no un vino. Pero si en lugar de un consumidor desprevenido o desinteresado por los temas que rodean a cada botella se trata de un enófilo, eso ya no es suficiente. Simplemente porque quiere ir más allá de su paladar. Saber de donde viene, cómo se elaboró y quien lo hizo. Y si se trata de profesionales del vino, esto se va complicando un poco más. Porque si bien no hace falta saber para disfrutar, es necesario conocer lo más posible sobre un vino para poder comunicarlo o comercializarlo. Por lo tanto, las opiniones de cada grupo de consumidores de vino (si así los podemos llamar) son diferentes en su concepción pero comparten el mismo objetivo.

Ahora bien, si en definitiva el vino es para tomar, y los que lo toman en su mayoría son consumidores cuyo placer no sobresale de la copa, qué puede importar todo lo que rodea a un vino. Porque cuando se degusta un vino, se degusta vino, no un terruño ni un personaje. Pero al mismo tiempo esta información resulta clave para poder redondear o justificar una opinión profesional.

Hoy las redes sociales están generando muchas cosas positivas, al tiempo que potencian las confusiones en este tema en particular. Todos tienen derecho a opinar, claro está, y más si se trata de algo que sólo tiene que ver con el placer sensorial. Pero detrás del vino hay una industria, conformada por países productores, grandes bodegas, y muchos personajes convirtiendo el jugo de la uva en el elixir bebible más preciado por el ser humano.

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Pero cuando las opiniones proliferan se mezclan muchos conceptos, y se crea cierta confusión generalizada.Por ejemplo, alguien se enamora de un terruño en particular, y todos los vinos que de allí provienen pasan a ser para él, y su círculo de seguidores, igualmente destacados. Sin importar quizás tanto el vino en sí. Con personajes pasa algo peor. Porque si bien el vino está hecho por personajes; generalmente divinos, movidos por la pasión y las ganas de llegar con sus placeres embotellados a todo el mundo; no implica que todos los vinos hechos por dicho personaje admirado deban ser todos igualmente admirables.

Algo similar está pasando con un “nuevo” estilo de vinos. Mucho más fluido y fácil de beber que el perfil de vinos que imperaba a principios del Siglo XXI, aunque similares en cuerpo a los vinos de fines del siglo pasado. Claro que la diferencia está más marcada porque se trata de dos extremos. Pero estos vinos novedosos suelen apoyarse en la fluidez y en la acidez, y por lo tanto son puro ataque pero de paso efímero. Ergo, su carácter no va más allá de sus texturas, y ese paso vivaz por boca los hace más bebibles. Lo cual no implica ni más agradables ni mejores que los vinos más concentrados. Porque en definitiva lo que hace a un buen vino no es eso, sino un conjunto de cosas que tienen que ver con su expresión, su profundidad y su equilibrio; aunque sea potencial cuando joven. Lo curioso es que este nuevo estilo está proliferando y cada vez hay más vinos fáciles de beber, que se parecen los unos a los otros. Es decir, que lo que este estilo vino a combatir algunos años atrás, a manos de los vinos fotocopia, al parecer va a terminar en el mismo lugar.

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Pero volvamos al vino, porque en definitiva no importa quien lo hizo ni de donde viene, si el vino es bueno. En todo caso, toda esa información extra servirá para ornamentar el momento o mejorar la recordación de la etiqueta.

Sin embargo, un vino no mejora cuando lo hace fulano o mengano, ni cuando viene de arriba o de abajo. Un vino es bueno, muy bueno o excelente, por el vino en sí mismo. Y por lo tanto, las opiniones deberían estar centradas en eso. Porque el consumidor quizás nunca llegue a conocer al autor de su vino favorito. Simplemente porque no le interesa ni quien hace su vino favorito. O tampoco promover los vinos de un lugar por sobre la calidad del vino, porque a la mayoría no le importa el origen.

Me asombra ver como muchos prejuzgan y con mucha rapidez ponen bajo el mismo ala a todos los vinos de alguien, o de algún lugar, o de algún estilo. Básicamente porque suelo conocer los vinos, los lugares, los personajes y los estilos. Y realmente considero que es imposible. Ahí es donde recuerdo que cada uno es libre y el que quiere enamorarse de alguien o de un lugar, puede hacerlo. Pero si eso trasciende así, genera confusión, porque el que lea, vea o escuche eso, difícilmente pueda llegar a sentir lo mismo.

Por eso yo, cuando califico un vino lo hago por su calidad y por su estado, más allá de su potencial. Luego, el autor, el lugar o el estilo, forman parte del cuento.

Los buenos vinos son posibles por estar hechos por personas y con uvas que provienen de lugares específicos, bajo un concepto y persiguiendo un objetivo preciso. Si no, no existirían. Pero su éxito estará en lograr agradar. Por eso, cuando se degusta un vino, se degusta un vino.

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Sobre El Autor

Hace 22 años degusté un vino por primera vez y supe que querría hacer de mi vida profesional. Compartir mi pasión; por eso me dediqué a comunicar el vino. Más de 30.000 vinos degustados y 20.000 publicados, más de 100 revistas editadas y miles de notas. Siete años en TV, cuatro en radio y seis en la web. Más de 20 exposiciones de vino organizadas y más de 30 concursos internacionales como jurado, además de muchos viajes a zonas vitivinícolas del mundo. Todo esto, simplemente me ayuda a conocer más, para poder compartirlo mejor.