Hace algunos años, cuando el vino argentino renacía a partir de un estilo novedoso y mucho más impactante que el tradicional, Miguel Brascó alertó sobre los vinos fotocopia.

Él, que había pasado casi cuarenta años disfrutando los vinos argentinos hechos y derechos para el consumo doméstico, quedó estupefacto cuando en sus copas comenzaron a irrumpir vinos concentrados, de colores casi impenetrables y aromas tan apretados como su paladar. Esos vinos poco tenían que ver con su gran expertise en la materia. Era como volver a empezar. Algo que prácticamente hizo la industria en general.

A principios del siglo XXI nos encontramos y comenzamos a transitar juntos el mundo del vino, bastante revolucionado cualitativamente y cuantitativamente, por cierto. Hoy, nadie duda que los vinos actuales son muchos más y bastante mejores que los que se hacían antes. Sólo López se salva porque sigue haciendo lo mismo, y con mucho éxito.

Y si bien es cierto que ningún vino es igual a otro, muchas veces es muy difícil comprobarlo, ya que no se tienen varios vinos servidos al mismo tiempo. Pero la memoria es sabia, y los reconoce como vinos “parecidos”. A esos vinos, que no se sacaban ventajas y que abusaban de muchas cosas (madurez, concentración, madera, etc.), Miguel los denominaba vinos fotocopia.

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Con el tiempo, y sobre todo con las degustaciones juntos, fue comprendiendo el cambio hacia la fruta y que las tipicidades se estaban reinventando. Así como los colores y el carácter de los terruños que él conocía. Básicamente porque el enfoque de agrónomos y enólogos estaba cambiando en pos de insertar a los vinos argentinos en el mundo. Algo que evidentemente han logrado.

Pasaron más de diez años de aquel llamado de atención del gran Brascó. Y si bien no es tanto tiempo en una industria que se supone que es de largo plazo, esta última década fue la más agitada; y todo indica que seguirá la revolución.

Miguel ya no está con nosotros, pero nos ha dejado su legado. Y, al menos yo, hoy lo entiendo más que nunca. Porque los buenos vinos actuales poco tienen que ver con esos tintos color brea y que olían a asfalto derretido, por citar algunos de sus descriptores cuando se ofuscaba frente a una copa. Hoy, los mejores vinos argentinos son más fluidos y expresivos. Mucho más drinkables que aquellos; tanto como él reclamaba. Eso demuestra que no estaba tan errado, más allá de haber bebido muchos más vinos de épocas pasadas. Sin embargo, la experiencia y la inteligencia es algo que se cultiva. Y por eso al sentir esos vinos novedosos pero tan poco amables, no dudó en castigarlos.

Esto no quiere decir que la industria le hizo caso, sino más bien que el vino argentino evolucionó. Pero seguimos en el baile, y como muchos wine makers sostienen, en nuestro país el vino evoluciona de manera pendular. Y si hasta hace poco estábamos de un lado, hoy nos estamos yendo para el otro extremo.

Con el Valle de Uco como estandarte, están surgiendo vinos nuevos hasta debajo de las baldosas. Soy de los que celebra cada llegada de una etiqueta nueva, porque adhiero a la diversidad de la oferta. Pero al mismo tiempo veo como ciertos mensajes empiezan a diluirse, sin siquiera estar bien posicionados o comprendidos.

El consumidor ya sabe qué es un varietal, y suele pedir los más conocidos (Malbec, Cabernet Sauvignon, Bonarda, Chardonnay. Sauvignon Blanc, etc.). Incluso ahora empieza a pedir por zonas, más allá que aún el carácter del terruño no se exprese tan nítidamente en las copas como para adivinar el origen específico de un vino. Así, el Valle de Uco se hizo famoso; y tiene con qué.

Pero e sabe que la fama no es sinónimo de prestigio. Y que para conseguirlo, se debe demostrar consistencia y, sobre todo, tener una historia propia para contar.

Ahí es donde la riqueza de zonas como Agrelo, Las Compuertas, Vistalba o Barrancas, se hace notar. Porque con los años han ganado prestigio.

El Valle de Uco, con todas sus microrregiones, es sin dudas el terruño con mayor potencial. Y está siendo muy bien explotado por algunos. No tengo dudas que de allí surgen y seguirán surgiendo la mayoría de nuestros mejores exponentes. Sobre todo ayudados por emprendimientos nuevos y modernos en los que la tecnología está puesta al servicio del terruño, y todo está bien concebido desde el vamos: selección del lugar, estudio de suelos, plantación del viñedo, cuidado y manejo de las viñas, riego, momentos de cosecha, métodos de elaboración y crianza, etc.

Pero al mismo tiempo los vinos de Uco se multiplican, sin importar si se trata de pequeñas partidas, de bodegas sin techo, de productores sin viña propia, de un vino por encargo, de bodegas ya instaladas o consagradas. A esto se le suman muchas bodegas sin presencia o historia en la zona queriendo hacer vinos allí, como si su experiencia de otras zonas fuese suficiente.

Toda esta coyuntura se ve alimentada y potenciada por el retail, los profesionales que suelen recomendar vinos (sommeliers) y la prensa especializada en general.

Como resultado el consumidor tiene una multiplicidad de opciones para elegir. Pero que si se ponen todas juntas y se degustan, muchas quedarán al descubierto. Porque si antes fue la concentración (dada en muchos casos por la sangría y el stress hídrico de las vides), la sobre madurez y la carga de roble (con crianzas de hasta un 200% en barricas nuevas), la que originó “ vinos fotocopia”. Hoy, es la acidez marcada, la fluidez vertical, la fruta fresca (casi verde) y una textura que, si bien es mucho más fina que la de los vinos de concentración, no deja de ser rugosa.

Si sacamos los pocos vinos que empiezan a lograr expresar un carácter de fruta y de lugar bien definido, más allá de dichas sensaciones táctiles (básicamente); se deduce que en la actualidad hay una gran cantidad de vinos que dicen lo mismo. Es cierto que son más bebibles (por refrescantes y vibrantes) que los concentrados de antes, y que por su verticalidad y menor carga, su potencial de guarda sea más factible.

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Pero esto no los hace diferentes a muchos de sus pares. A estos vinos yo los llamo “vinos fotocopia laser color”. Porque tienen más matices que los “fotocopia” (blanco y negro), y por ende entretienen más. Pero en definitiva, son casi “iguales”. Claro que el mercado es grande y que quizás muchos consumidores no lleguen a toparse con dos ejemplares similares al mismo tiempo. Pero la evolución no va por ahí.

Descubrir un terruño con potencial de consagración no es fácil, ni es una tarea sencilla. Y hay algunos lugares del Valle de Uco que se perfilan para competir con los grand cru franceses, más allá de algunos terruños tradicionales.

Por eso hay que tener muy en cuenta al degustar, conocer, disfrutar o promover un vino de un lugar específico, que un buen vino es aquel que no transita por la superficialidad del momento, sino el que desafía las profundidades del conocimiento, del suelo, del clima y del hombre. Porque muchos vinos pueden provenir del mismo lugar, e incluso tener las mismas aspiraciones. Pero sólo se consagran unos pocos. Y justamente no son los fotocopia.

 

Sobre El Autor

Hace 22 años degusté un vino por primera vez y supe que querría hacer de mi vida profesional. Compartir mi pasión; por eso me dediqué a comunicar el vino. Más de 30.000 vinos degustados y 20.000 publicados, más de 100 revistas editadas y miles de notas. Siete años en TV, cuatro en radio y seis en la web. Más de 20 exposiciones de vino organizadas y más de 30 concursos internacionales como jurado, además de muchos viajes a zonas vitivinícolas del mundo. Todo esto, simplemente me ayuda a conocer más, para poder compartirlo mejor.